5.25.2012

Jameson y la persistencia del marxismo (II)


La imbricación esencial entre cultura y infraestructura económica es patente desde el mismo título de su obra 'fundacional': El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Está conexión es señalada por Jameson sin pudor: «toda posición postmodernista en el ámbito de la cultura -ya se trate de apologías o estigmatizaciones- es, también y al mismo tiempo, necesariamente, una toma de postura implícita o explícitamente política sobre la naturaleza del capitalismo multinacional actual»[1] (cursivas mías).

            En la vertiente económica, Jameson es afín a las tesis continuistas de Ernest Mandel y considera el capitalismo avanzado la nueva cara del capitalismo industrial, su evolución natural. En este sentido, constituiría no una ruptura, sino una extensión hipertrófica. No es de extrañar entonces que el postmodernismo sea presentado como una pauta cultural y no como un estilo: la traducción cultural de la lógica del capitalismo avanzado es la absorción por parte del postmodernismo del movimiento modernista; esto es, «la producción estética se ha integrado en la producción de mercancías en general»[2]. El postmodernismo estético no es, como se ha querido ver, un movimiento estilístico de heterogeneidad axiomática marcado por el eclecticismo y el pastiche, sino que éstos son el residuo del carácter omniabarcante de una pauta cultural que se doblega a la «frenética vigencia económica de producir constantemente nuevas oleadas refrescantes de géneros de apariencia cada vez más novedosa»[3].

            Si Jameson recupera una concepción marxista del funcionamiento de lo social es porque considera que las descripciones que hizo Marx del capitalismo son hoy más vigentes que nunca: el mercado mundial es una realidad efectiva fruto del desarrollo de las comunicaciones; hay una fuerte insistencia en el fomento del consumo, del mismo modo que hay también una expansión y refinamiento de la forma de la mercancía, la cual ya no se refiere a un substrato material, sino que se extiende como una gramática universal que abarca la imagen y el símbolo[4]. En un giro retórico, podríamos afirmar que Jameson da la vuelta al planteamiento de Baudrillard y, en lugar de presentar una realidad evaporada en la proliferación de símbolos y imágenes, estas se han solidificado y constituyen la materia prima del capitalismo avanzado[5].


            Jameson, en su voluntad de repensar la tradición marxista, recupera el pensamiento de Adorno, y plantea la posibilidad de que «el marxismo de Adorno, que no sirvió de mucho en los periodos previos, resulte exactamente lo que necesitamos en la actualidad»[6]. Lo que más le interesa de Adorno «reside en el énfasis, único, que pone en la presencia del capitalismo tardío como totalidad dentro de las formas mismas de nuestros conceptos o obras de arte. Ningún otro teórico marxista puso nunca en escena esta relación entre lo universal y lo particular, el sistema y el detalle, con semejante atención, intensa y abarcadora»[7].

            Fijemos, pues, nuestra atención en Adorno. El pensador alemán es menos taxativo en su consideración de la estructura económica como determinante de la cultura, en la medida que acusa a Marx de caer en un reduccionismo economicista: aquello que le interesa a Adorno de Marx es la crítica al idealismo y al subjetivismo burgués, los cuales serian funestos en tanto que la síntesis conceptual y las abstracciones lingüísticas terminarían por ocupar el lugar de las cosas mismas[8].

            Por lo tanto, el suelo común que media entre el marxismo de Adorno y el de Jameson -tanto a nivel general como en relación a la cuestión de la autonomía del arte- es el hecho que el arte se define en relación a aquello que no es arte[9] o, en palabras de Adorno, al hecho que «aquello que hay en él [en el arte] de específicamente artístico procede de algo distinto: de esto cabe inferir su contenido y solamente este presupuesto satisfará las exigencias de una estética dialecticomaterialista»[10]. En Jameson esta necesidad se reduce a una convicción de ascendencia hegeliana: la necesidad de desvelar la historicidad presente en todo desarrollo formal. Es decir, la preocupación que recorre de fondo la obra de Jameson -y que está parcialmente en comunión con el proyecto adorniano- es el mostrar la conexión entre la estructura formal de un texto artístico y las condiciones socioeconómicas imperantes en su producción.

            Estas consideraciones son fundamentales en la medida que sientan las bases para la discusión acerca de la autonomía del arte: para Adorno si y sólo si el arte puede desvincularse  de 'las condiciones socioeconómicas imperantes en su producción' podrá erigirse como verdaderamente artístico, como manifestación de una racionalidad irreductible a la razón instrumental del sujeto idealista. Aún así, esta desvinculación no debe entenderse como una suerte de aislacionismo de la obra de arte, sino como negatividad. Dicho de otro modo: para Adorno  el objeto de la teoría estética es pensar la tensión que media entre el pensar identificante (subjetivo, conceptualizador) y el elemento objetivo e irreductible. Esta tensión se revela a un doble nivel: sociológico y negativo[11].

            A nivel sociológico, Adorno considera la concreción artística como interiorización de las formas sociales que hay en juego. Como apunta Vicente Gómez: «que el arte sea un fait social y a la vez, en sus formas modernas, un ámbito autónomo, implica trazar la unidad de fuerzas y las relaciones de producción de un modo intraartístico». Lo que se está afirmando aquí es que en el arte hay un momento de verdad, de universalidad, que vendría vehiculado por el carácter de producto histórico del arte, por ser un material socialmente performado[12]. En otras palabras: el arte, en tanto que social e histórico, lleva en sí mismo "lo-otro-de-sí"; «el arte sólo tiene existencia en el marco de un lenguaje artístico ya desarrollado»[13].

            Podemos establecer, entonces, que aquello que para Adorno es el momento de verdad del arte, el cual recibirá un tratamiento dialéctico, en el pensamiento de Jameson se traduce en forma de inconsciente político[14]. En lo que para Adorno sería un retroceso inaceptable al momento subjetivista, Jameson caracteriza la relación de la economía con el objeto cultural en términos de los procesos psíquicos que intervienen en la producción y recepción de la obra. Para Jameson, pues, «todo texto es fundamentalmente una fantasía política que articula de forma contradictoria las relaciones reales y potenciales que constituyen a los individuos en una economía política concreta»[15].

            La concepción de un inconsciente político en la concreción de la obra artística prefigura el desarrollo de su teoría de la 'cartografía cognitiva'. El concepto, que es tomado de Kevin Lynch (quien lo usa para describir como las personas dan sentido a sus entornos urbanos), funciona en Jameson como intersección entre lo personal y lo social[16]: como avanzamos en la introducción, la teoría de la postmodernidad de Jameson pretende establecer un esquema de implicación general entre el individuo postmoderno y los universales modernos. En este sentido, podemos entrever como de forma incipiente Jameson está sentando las bases para articular luego una teoría de los 'mapas cognitivos' que pueda sacar a relucir ese inconsciente político y, de este modo, salvar una función política del arte que no esté sujeta a las objeciones tradicionales.



[1] Jameson, F; El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Pág. 14.
[2] Ibídem. Pág. 18
[3] Ibídem. Pág. 18. Jameson, en Marxismo tardío, reflexiona sobre la categoría de 'innovación': «El problema reside en el hecho de que los fenómenos estéticos -que son culturales, es decir, formaciones de una superestructura que es sólo una parte funcional del todo del cual pretende ser un equivalente y sustitutivo- también son ideológicos. La "nuevo", por lo tanto, también es una compensación ideológica como también un valor estético y una categoría históricamente original de la producción capitalista». Pág. 291.
[4]  Cfr. introducción de Sánchez Usanos en: Jameson, F; Reflexiones sobre la postmodernidad.
[5] Jameson, en El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, afirma, sin referirse explícitamente a Baudrillard, que «sin duda, la lógica del simulacro, al convertir las antiguas realidades en imágenes audiovisuales, hace algo más que replicar simplemente la lógica del capitalismo avanzado: la refuerza y la intensifica». Pág. 102.
[6] Jameson, F; Marxismo tardío. Adorno y la persistencia de la dialéctica. Pág. 21.
[7] Ibídem. Pág. 27.
[8] Boladeras, M; L'escola de Frankfurt. Pág. 45
[9] Jameson afirmará en  Marxismo tardío que extrajo su idea de relacionar el «trasfondo histórico y social» con el análisis formal de los textos de los escritos sobre música de Adorno. Pág. 20.
[10] Adorno, T; Teoría estética. Pág. 32.
[11] Nos ocupamos ahora del momento sociológico del arte. Sobre el momento negativo ver 2.2.
[12] Adorno definirá en Teoría estética la obra de arte como mónada sin ventanas -sirviéndose del concepto leibniziano- para expresar la idea de un arte autónomo pero capaz de reproducir en su interior la realidad histórico-social. En relación a esta visión, Jameson afirmará que: «la doctrina de la autonomía estética de la obra de arte es correcta, pero sólo es verdadera si se la entiende como lo opuesto a la doctrina estetizante, a una especie de "arte por el arte" filosófico. La obra es social e histórica hasta la médula: sólo así puede llegar a ser autónoma» (Marxismo tardío, pág. 284).
[13] Adorno, T; Teoría estética. Pág. 524.
[14] Jameson, en Marxismo tardío, se hace eco de las palabras de Adorno en Teoría estética, quien considera que el «momento histórico es constitutivo en las obras de arte» las cuales son «la historiografía inconsciente de su época» (cursivas mías). Pág. 286.
[15] Jameson, F; La estética geopolítica. Introducción de MacCabe. Pág. 13.
[16] La traducción de los términos cartográficos de Lynch a la sociología viene mediada por el pensamiento de Althusser: el espacio cartográfico es visto como espacio social. Se sirve de Althusser porque éste, al reformular la distinción entre ciencia y ideología en Marx, introduce el punto de vista individual o monadológico, el cual se opone a un dominio de saber abstracto. Esto no significa que no podamos conocer el mundo fuera de una forma abstracta o científica, pero sí que es irrepresentable. En palabras de Jameson: «la fórmula althusseriana señala una brecha, una falta entre la experiencia existencial y el conocimiento científico; la misión de la ideología es, pues, de alguna manera, la de inventar una forma de articular entre sí estas dos dimensiones diferentes» (Teoría de la postmodernidad, pág. 71).

5.18.2012

Jameson y la persistencia del marxismo (I)


Afirma Terry Eagleton en La estética como ideología que «en los debates contemporáneos en torno a la modernidad, el modernismo y la postmodernidad, el concepto de 'cultura' aparece una categoría clave para el análisis y la comprensión de la sociedad del capitalismo tardío»; además, concreta, ahora refiriéndose propiamente al campo de la estética, que «el legado de la tradición marxista de Lukács a Adorno confiere al arte un sorprendente privilegio teórico que, aparentemente, contrasta con su pensamiento de cuño materialista»[1].

            Estas dos líneas que señala Eagleton prefiguran la encrucijada en que se encuentra la teoría estética de tradición marxista, como la suya misma, o la de Fredric Jameson, que es la que aquí nos ocupa: de un lado, la imbricación fundamental de la reflexión sobre el arte con la consideración de la cultura como estructura significante y, en segundo lugar, las aporías propias de un pensamiento materialista que quiere comprender el fenómeno artístico como «privilegio teórico»; esto es, como enclave estratégico y no sometido a las necesidades e imperativos 'mundanos' desde el cual reflexionar y socavar el sistema mundial o, más concretamente, el capitalismo.

            Mientras que el segundo problema -que más genéricamente podemos llamar la cuestión de la autonomía del arte- nos ocupará a lo largo del texto como eje de reflexión, cabe -primero- hacer algunas consideraciones elementales sobre la red de conexiones que se establece entre arte y cultura.

            Para introducirnos en el atolladero nos serviremos del pensamiento de Jean Baudrillard, icono mediático del postmodernismo cultural, que encarna una de las posiciones teóricas que ha gozado de mayor repercusión en la segunda mitad del s.XX. Su reflexión, que nace en los círculos postestructuralistas, se caracteriza por definir todo fenómeno cultural como simulacro: el mapa ha substituido el territorio, las ficciones de una realidad simbólica son el único material con que podemos negociar. En este sentido, podemos considerar que el planteamiento de Baudrillard se levanta contra el marxismo tardío derivado de la escuela de Frankfurt, enfrentándose a las ideas de Adorno y Marcuse, en la medida que para ellos el papel del arte y, de la cultura en general, debía consistir en ser capaz de tomar distancia de la realidad, constituirse como algo otro, una racionalidad irreductible a la instrumental, que posibilitara, desde su esfera privilegiada, ejercer un papel crítico para con lo social.

            En otras palabras: la concepción de Baudrillard se erige contra el planteamiento adorniano de un arte enfático, conmensurable a la filosofía, que partiría de la estructura socio-económica y que, desde su autonomía, se volvería contra ella, denunciándola. Baudrillard vería en la dialéctica negativa un esquema 'criptoilustrado', heredado de Hegel y publicitado por Marx, que habría quedado invalidado por la crítica postestructuralista. Para el francés no hay posibilidad para el arte de instituirse como una esfera privilegiada: tras el 'fracaso' de las vanguardias, toda manifestación es simulacro, pues el juego ya no se da como relación dialécticomaterial sino como intercambio simbólico.

            El pensamiento de Baudrillard ha sido tachado despectivamente por la crítica como una 'disenyficación' de la ontología. Aún así, el proyecto se enmarca en el contexto cultural de la postmodernidad y la encarna como ningún otro: sus reflexiones presentan la estructuración social y económica de un capitalismo tardío que tiene en la economía de mercado su principal baza; en su pensamiento se dan cita también la idea de Debord de la sociedad como espectáculo[2] así como el carácter simulacral de una cultura que se ha erigido como garante de la pantalla global[3], dónde la representación (televisiva, internet, redes sociales) ha indiferenciado la esfera pública de la privada[4]. En la misma línea,  sostiene que la producción artística está -como avanzó Benjamin[5]- a merced de los medios de reproducción técnica y ahora, desde su misma producción, es indistinguible de estos. 

            En palabras de Jameson, el postmodernismo podría teorizarse «como el momento en el cual la antigua subjetividad -ahora por completo colectivizada- desaparece totalmente, de manera que la tensión que constituía el minimalismo de Beckett tanto como el período expresionista de Schönberg -el silencioso grito de dolor- se esfuma, dejando a la productividad y a la tecnología colectivas avanzadas libres para 'expresarse' nada más que a sí mismas: un proceso cuyo producto final ya no son más obras de arte sino mercancías»[6].
            La descripción, aunque vaga, caracteriza la coyuntura desde la cual debemos considerar el pensamiento de Fredric Jameson. Éste vuelve a planteamientos de base marxista[7] oponiéndose a la autocomplaciente fiesta de los simulacros baudrillardianos sin renunciar al  abanico de fenómenos que éste permite explicar. Jameson construye una teoría de la postmodernidad en su sentido más estricto[8]: lo postmoderno sería la exageración extrema de los postulados de la modernidad, «el realce máximo que, por exceso de acentuación, supone la conclusión, por ruptura, de aquello a lo que se refiere»[10].


            Para comprender el papel que el arte y la reflexión estética tienen para Jameson, debemos antes considerar como concibe el escritor norteamericano el postmodernismo. Las características principales de éste serían la sensación de agotamiento, la superficialidad; el carácter autoreflexivo; el debilitamiento de la historicidad; el abandono del manifiesto como formato con que dar a conocer sus propuestas; un subsuelo emocional totalmente nuevo; la relación con la tecnología; el ir en contra de la modernidad en el sentido de denunciar la racionalidad instrumental como modelo emblemático de proceder y, también, por abandonar la idea de progreso y los motivos básicos de la Ilustración.

            En el momento postmoderno del mercado universal, arte y teoría se ven abocados a operar desde el interior de la cultura de consumo. Esta tesis fundamental, que ya encontrábamos en Baudrillard, será la punta de lanza del pensamiento estético de Jameson: «si el arte o la cultura constituyeron en el pasado ámbitos desde los que se ejercía la reflexión crítica (algo evidente en el caso del modernismo y las vanguardias: en esencia movimientos reactivos frente a la entonces incipiente industria de consumo y al fetiche de la mercancía) en el capitalismo avanzado no hay un "afuera" desde el cual acometer esa tarea. [...] La "forma mercancía" es ahora la estructura ontológica a la que se somete el conjunto de lo existente»[11].

            Si bien Jameson afirma que la cuestión de la autonomía del arte era evidente en el modernismo y las vanguardias, quizá deba matizarse, puesto que la reflexión sobre la autonomía -propia de los movimientos de vanguardia- no es algo tan evidente, sino que se construye como paradoja. Si atendemos a la síntesis que realiza Peter Bürger en Teoría de la vanguardia, nos damos cuenta que «sólo un arte que se aparta completamente de la praxis vital (deteriorada), incluso por el contenido de sus obras, puede ser el eje sobre el que se pueda organizar una nueva praxis vital»[12]. Pero como reflexionó Marcuse, este papel es contradictorio: de un lado, el arte protesta contra un presente deteriorado, preparando la formación de un orden mejor. Del otro, y en esto consiste la paradoja, en la medida que prepara ese orden mejor en la apariencia de la ficción, descarga a la sociedad existente de la presión de la fuerzas que pretenden su transformación[13]. Este carácter contradictorio del momento "afirmativo" del arte -como lo etiquetaba Marcuse- lo encontraremos en Adorno, quien a partir de una estrategia dialéctica, defenderá una función "negativa" del arte.

            En suma, la reflexión de Jameson se erigirá como un ejercicio de gimnástica teórica que tiene por objetivo recuperar la posibilidad para el arte de constituir un enclave desde el cual presentar beligerancia al sistema económico y la ratio instrumental de éste, sin desatender el necesario carácter de mercancía de todo fenómeno artístico. Esto es: Jameson niega la posibilidad que postulara Adorno de una autonomía real del arte, de su carácter de afuera, de no identidad, pero asevera que esto no invalida por completo cierto papel político del arte. En este último punto, al recuperar Jameson la teoría marxista que profesara Adorno, coinciden ambos pensadores en recuperar la profética idea benjaminiana de la polititzación del arte[14]: de ahí el sentido de postular una estética geopolítica[15].

            El presente trabajo trata de reflexionar acerca de las relaciones que se establecen entre el arte y la cultura postmoderna, entre la teoría estética y el sistema económico: se trata de replantear la cuestión adorniana de la autonomía del arte, de la posibilidad de una distinción entre alta y baja cultura, la reformulación de los ideales vanguardistas de un aniquilante art pour l'art[16] enfrentado a l'art engagé, así como del carácter autoconsciente del postmodernismo que lo llevaría a una suerte de 'sacrifico paradójico' -en el sentido que le da Kierkegaard- que constituiría la asunción por parte del arte de su culpa (esto es, de su carácter de producto, de su 'forma mercancía) y su consecuente apertura al mundo, que tan bien encarna la literatura de David Foster Wallace.

            En otras palabras: este trabajo trata de explorar los pasajes interiores entre la teoría estética de Adorno y la estética geopolítica de Jameson en el contexto del carácter político del arte y la cultura y, en consecuencia, de la cuestión de la autonomía del arte. La hipótesis fundamental que se pone sobre la mesa es si, tal y como afirma Adorno, la única posibilidad de un arte político pasa por su asimilación a la teoría, a la filosofía, y su constitución como una racionalidad otra que esté desligada de los imperativos sociales, erigiéndose así como una esfera autónoma, o si bien, al contrario, como apunta Jameson, el arte puede constituirse como fenómeno político y crítico para con la sociedad sin la necesidad de evadirse de las condiciones materiales y económicas que lo hacen posible y lo explican, sin la necesidad, pues, de redimirse de su carácter de mercancía.



[1] Eagleton, T; La estética como ideología. Pág. 52.
[2] Una idea que a Jameson le gusta de repetir: «El espectáculo es el capital en tal grado de acumulación que ha devenido imagen» (Debord, G; La sociedad del espectáculo).
[3] Cfr. Lipovetsky y Serroy; La pantalla global.
[4] Cfr. Sibila, P; La intimidad como espectáculo.
[5] Cfr. Benjamin, W; La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.
[6] Jameson, F; Marxismo tardío. Adorno y la persistencia de la dialéctica. Pág. 303.
[7] Sus planteamientos parten del pensamiento de Ernest Mandel y su principal obra El capitalismo tardío.
[8] Jameson distingue entre 'postmodernidad' y 'postmodernismo': el primer término se refiere a un período de tiempo concreto y el segundo designa un estilo, una pauta o tendencia que gobierna la ejecución y composición artística y cultural de una determinada época.
[10] Jameson, F; Reflexiones sobre la postmodernidad. Es de Sánchez Usanos. Pág. 15
[11] Jameson, F; Reflexiones sobre la postmodernidad. Págs. 29-30
[12] Bürger, P; Teoría de la vanguardia. Pág. 104.
[13] Ibídem. Pág. 104.
[14] «Este es el sentido de la estetización de la política que el fascismo propone. El comunismo le responde con la politización del arte» (Benjamin, W; La obra del arte en la época de su reproductibilidad técnica.)
[15] Cfr. Jameson, F; La estética geopolítica.
[16] Ver el epílogo de: Bejamin, W; La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica.