4. Conclusión: una lectura gadameriana de Kant y Schiller
Ahora estamos en condiciones de volver sobre la tesis de Gadamer que habíamos presentado en la introducción, así como de interpretarla a la luz de lo expuesto hasta aquí. Repitámosla: «en sus escritos estéticos Schiller transforma la subjetivización radical, con la que Kant había justificado transcendentalmente el juicio de gusto y su pretensión de validez general, convirtiéndola de presupuesto metódico en presupuesto de contenido».
Gadamer -al presentar la subjetivización de la estética llevada a cabo por Kant- hace concordar el proyecto kantiano con la máxima hegeliana según la cual, en sí misma, la esencia de todo arte consiste en poner al hombre delante de sí mismo. En palabras de Gadamer: «desde ahora el arte podrá ser autónomo. Su tarea ya no será la representación de los ideales de la naturaleza, sino el encuentro del hombre consigo mismo en la naturaleza y en el mundo humano e histórico»[1].
Esto se debe al carácter desinteresado del placer estético: hemos visto que en él no está en juego el conocimiento ni la libertad, sino solamente el reencuentro del hombre consigo mismo, el "sorprendente" descubrimiento de la adecuación de facultades y objetos en un libre juego. El juicio del gusto es ocasión para comprobar que la naturaleza actúa como si tuviera una finalidad: ésta es la punta de lanza de la argumentación kantiana, pues «en todos estos giros es el concepto de naturaleza el que representa el baremo de lo indiscutible»[2].
Aquello que Gadamer critica es que Kant paga un precio demasiado alto para justificar el juicio estético, a saber: el significado cognitivo del arte. En tanto que a él le interesa recuperar la pregunta por la verdad del arte, considera inadmisible lo desinteresado del placer estético.
No obstante, en cierto modo, al mantener Kant la naturaleza como potencia indiscutible, como titiritero del genio artístico y espacio por excelencia de la relación con lo sublime, la esfera artística no queda absolutamente desligada de un espacio de acceso a la verdad, de interacción con lo suprasensible. Por esta vía, y acorde a su voluntad conservadora de salvar la tradición, Gadamer conecta a Kant con la fuerza que tomará el concepto de genio en Schopenhauer y el Sturm und Drang: aún yendo en contra de la pretensión del pensador de Königsberg, esa concepción entroncará con un espacio de verdad y de conocimiento.
Lo insostenible es el desplazamiento que hiciera Schiller: que el arte se oponga a la realidad como arte de la apariencia bella. «Desde el momento en que lo que acuña el concepto del arte es la oposición entre realidad y apariencia queda roto aquel marco abarcante que constituía la naturaleza. El arte se convierte en un punto de vista propio y funda una pretensión de domino propia y autónoma»[3].
Vemos, entonces, que aquello que preocupa a Gadamer es el relegamiento de la determinación ontológica de lo estético al concepto de apariencia estética, pues esta categorización lo excluye de cualquier posible modelo cognoscitivo[4]. Así las cosas, la consciencia estética se constituiría como centro vivencial desde el cual se valora todo lo que vale como arte, a la vez que para ella el arte no forma parte del mundo[5]. A la «vivencia estética» se llegaría a través de un rendimiento abstractivo, que desgajaría aquello estético de todas sus implicaciones posibles (funciones religiosas, profanas, de conocimiento, etc.); a saber, de aquello no estético. Precisamente en esta exclusión consiste la distinción estética[6].
La consecuencia es clara: «es en virtud de la "distinción estética" por la que la obra se hace perteneciente a la consciencia estética, aquélla pierde su lugar y el mundo en el que pertenece»[7]. A partir de aquí Gadamer abandonará su lectura crítica de Schiller, para empezar su propuesta, que pasará por negar la posibilidad de esa significatividad propia de la percepción: «la abstracción que produce lo "puramente estético" se cancela a sí misma»[8].
*
Es el mismo Gadamer quien traza una conexión entre una concepción estética de Schiller y la de Paul Valéry: en la medida que la verdad de la obra de arte no es acabable en sí misma, el resorte último de la obra siempre descansará en el receptor. Lo que pretende Gadamer es desligar a Kant de esa concepción: «desde luego no puede remontarse a Kant el querer ver la unidad de construcción estética únicamente en su forma y por oposición de contenido»[9].
En suma, lo que queremos poner de manifiesto, en forma de conclusión, es el hecho que Gadamer no yerra en su lectura de las diferencias que median entre Kant y Schiller. Una forma interesante de acercarnos a éste fenómeno es -como ya insinuamos en la introducción- a través de la concepción de Valéry y de las estéticas de la recepción.
Por un lado, acabamos de ver como Gadamer traza una línea directa que va de Schiller a Valéry: los dos, al hacer de lo estético una vivencia autónoma, algo distinto de las formas cuotidianas de relacionarnos con el mundo, toda interpretación de la obra -toda manera de "terminarla"- es una cuestión meramente subjetiva, del receptor, que tiene potestad última y absoluta para hacer y decidir sobre aquella. Lo que se resalta no es la "recepción", sino la "producción". De ahí que Schiller, en contra de Kant, entronice el arte artístico y considere la belleza natural sólo en cuanto puede redefinir la natura como natura naturans, como sujeto autocreador.
Las estéticas de la recepción -que tienen en Hans Robert Jauss y Wolfgang Iser sus dos principales bazas- no se abocan a la arbitrariedad interpretativa de la que sí son susceptibles las propuestas de Schiller y Valéry: la estética de la recepción nace del pensamiento de Gadamer, y en este sentido, no convierte el arte en una cuestión meramente subjetiva, sino que trata de poner de manifiesto el papel de la recepción de la obra de arte, tanto a nivel sincrónico como diacrónico. Podemos ver que no cae en la propuesta arbitraria, por ejemplo, en la distinción de Iser entre "texto" y "obra": la obra es el conjunto de sentidos constituidos por el lector; pero, aun existiendo diferentes sentidos, no todos son posibles, puesto que toda lectura se basa en el texto considerado como pura potencialidad[10]. Para decirlo en otras palabras: el texto determina a la vez que infradetermina la obra.
Es en esta coyuntura que podemos trazar la línia que va de Kant a la estética de la recepción, pues si bien la subjetivización de la estética es una etiqueta que pertenece a Kant, él solamente resalta el papel clave del receptor en el juego estético. Y aún teniendo en cuenta que su propuesta de validez universal subjetiva parece insostenible, al menos trata de mantener universalidad en el juicio. Schiller -como muy bien advierte Gadamer- convierte en presupuesto de contenido lo que en Kant tan sólo era presupuesto metódico; esto es, al querer objetivar una concepción subjetiva del arte a través de poner el acento en el aspecto de la producción más que en el de la recepción, Schiller pierde toda referencia al mundo.
Si nos lo miramos des de la perspectiva de la autonomía del arte[11], tanto en Kant como Schiller se afirmaría está autonomía: para Kant, en tanto que el juicio estético ha de ser desinteresado, mientras que para Schiller lo es en la medida que la cuestión estética se reduce a apariencia estética. Por eso a Gadamer, debido a su conservadurismo -como bien ha señalado Peter Bürger-, le interesa reintroducir a Kant y Schiller en un tratamiento dialéctico.
Aun con todo, aquello que hemos querido poner de manifiesto aquí es que la diferencia entre Kant y Schiller va más allá de la subjetivización y la autonomía: se centra, sobretodo, en el resorte último de la producción artística, lo cual permite la escisión entre una estética de la recepción "universalizable" y una estética de la recepción arbitrarista. [1] Gadamer, H-G; Verdad y método. Pág. 83.
[2] Ibídem. Pág. 90.
[3] Ibídem. Pág. 122.
[4] Ibídem. Pág. 124.
[5] Ibídem. Pág. 125.
[6] Ibídem. Pág. 125.
[7] Ibídem. Pág. 128.
[8] Ibídem. Pág. 129.
[9] Ibídem. Pág. 133.
[10] Rothe, A; El papel del lector en la crítica alemana contemporánea. Pág. 23.
[11] Una interpretación ideológica de lo que suponía la autonomía del arte para Kant y Schiller la ofrece Bürger: «la autonomía del arte es una categoría de la sociedad burguesa. Permite describir la desvinculación del arte respecto a la vida práctica» (Bürger, P; Teoría de la vanguardía. Pág. 99)