4.18.2011

complejo de Acteón

En La broma infinita, David Foster Wallace llama Complejo de Acteón  a “una especie de profundo miedo filogénico a la belleza transhumana”. Algo así siento yo, aunque podría substituir la palabra miedo por fascinación o asombro, o quizá cualquier otra palabra que diese a entender esa atracción animal que ciertas figuras despiertan en mi. Sin despreciar la realidad real –tal y como la denomina Vargas Llosa- , creo que esta sensación de belleza transhumana de la que habla Foster Wallace es más propicia a aparecer en las criaturas ficcionadas, productos de la literatura o del cine. Ahí está el caso Dulcinea: la princesa más bella que hay en  la Mancha y en el Mundo, honor de la caballería andante de la que Don Quijote es garante excepcional, en todos los sentidos. Pues Sancho, al descubrir en el capítulo XXV de la primera parte que Dulcinea es en realidad Aldonza Lorenzo, labradora poco agraciada, le echa en cara a Don Quijote lo poco que tiene esa de princesa, a lo que Don Quijote responde:
            “Así que Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra. Sí, que no todos los poetas que alaban damas debajo de un nombre que ellos a su libre albedrío les ponen, es verdad que las tienen. ¿Piensas tú que las Amarilis, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Fíliadas y otras tales de que los libros, los romances, las  tiendras de los barberos, los teatros de las comedias están llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquellos que las celebraron? No, por cierto, sino que las más se fingen por dar sujeto a sus versos y porque los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo. Y así, bástame a mi pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta, (..) y yo me hago cuenta de que es la más alta princesa del mundo”
            Podemos ver en la actitud de Don Quijote una forma de entender la literatura, en lo que se refiere a los poetas y sus damas, como ensalzamiento de las figuras, intento de entronizar unas mujeres independientemente de su estatus real: es la creación de un aura especial, empresa eminentemente imaginativa -pues requiere y se sirve de la imaginación del lector-; es un desplazamiento que convierte los cuerpos en puntos de fuga donde poco acaban importando, al fin, esos cuerpos reales. Si bien podría objetarse que eso no es así el cine, pues la imaginación no ocupa el lugar principal que sí goza en la literatura, podría responderse que la articulación cinematográfica en un discurso acaba, de una forma u otra, ficcionalizando el rostro que reproduce: al mostrar solo pedazos, imágenes minuciosamente escogidas, consigue un efectismo que es letal a la hora de recrear el personaje en el imaginario del espectador.
            Así, lo que aquí me propongo no es más que una confesión a modo de lista, de notas para una antología personal -un top ten privado- de algunas de las figuras femeninas ficcionales que han despertado ese complejo de Acteón, me han hecho sentir ese goce de voyeur, una mirada culpable y deleitosa castigada por Diana. Iré publicando con, espero, cierta regularidad las elegías a esas manzanas de Atalanta.
A modo de epílogo, y para paliar –si es necesario- ese distanciamiento del mundo físico, de la realidad real, llevada a cabo por el elogio de las figuras y cuerpos ficcionales, cabe tan sólo volver a Cabrera Infante, a su obra de corte autobiográfico Cuerpos divinos. En ella nos relata cómo, estando con una joven ninfa, enardecido por la pasión de encontrase a ocultas en su casa de niña bien, oye a su estomago roncar más de lo que debiera, produciendo así una suerte anticlímax. Su estomago, incesante, ruge -aún más- hasta el extremo de llevarlo a pedir disculpas a la chica, a que le perdone “por el tripeo”. A esto ella le responde “una frase que nunca olvidaré, más inolvidable que el momento: No somos cuerpos divinos. ¿De dónde había sacado ella esta frase memorable? No lo supe nunca, pero fijó el momento para siempre, más que la música de Billie Holliday, más que el sabor de sus senos, más que el rumor de mis tripas, y que sería imposible de olvidar”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario