"Y mientras él hablaba yo estaba pensando:
qué historias nos montamos
sobre la vida,
qué vida nos montamos con las
historias."
La contravida, Philip Roth
Encabezar una reflexión sobre Mujeres y hombres y viceversa -de ahora en adelante MYHYV- con una
cita de Roth en la que se exhorta la bidireccionalidad de la narración y la
vivencia puede no parecer paradójico. Dada su condición de reality show, la dicotomía realidad/ficción, como también las
oposiciones verdad/falsedad, vida/historia o objetividad/simulacro, son
segregadas irremediablemente. La espectacularización de la -supuesta-
intimidad, la tropología que exige toda narración (en este caso televisiva),
así como un sinfín de razones que aquí es preciso soslayar, constituyen los
componentes sine qua non es pensable
el concepto mismo de reality show.
Para
los legos en el programa televisivo en cuestión -ése rito iniciático de la
imaginería choni y la estética del Homo Inditex -, para los ínclitos
ascetas que, como Vargas Llosa, piensan que la cultura está en decadencia y por
ese motivo rehúyen enardecidamente los reality
shows -identificándolos como epitomes de esa desviación perversa de las
almas endebles a las fáusticas promesas de la TDT-, para todos ellos, íbamos
diciendo, trazaremos parcamente un esbozo del funcionamiento del programa, para
pasar luego a devanar algunas de las características que -desde un punto de
vista sociológico- es posible señalar en relación a la concepción del amor que
subyace como realidad ulterior del circo mediático y que -podemos aventurar- es
la explicación última de la excepcional recepción del programa.
Cosmología y verdad en MYHYV
La mescolanza de elementos que conforman el mundo de
MYHYV es inabarcable: como toda cosmología que se precie, está dotada de una
heterogeneidad de elementos estructurales que más les gustaría a esos payasos de Gandía Shore. Es por esto que
aquí vamos a trazar una descripción necesariamente sesgada: sirva esto de aviso
al lector, a la vez que de pequeña captatio.
Perdónesenos entonces la laxitud que nos tomamos al prescindir de explicar en
detalle, por ejemplo, la función para nada desdeñable de Lucía La Piedra a.k.a
Míriam Sánchez y su acólito Pipi Estrada.
La
mecánica de MYHYV es la siguiente: un hombre (o una mujer, aquí siempre es y
viceversa) es elegido por el programa como tronista. Este rey, electo por un equipo de guionistas, recibe el
susodicho título nobiliario, el cual lo imbuye de poder para ejercer el rol de
administrador en un harén de aproximadamente diez mujeres, las cuales
participan voluntariamente con el objetivo de conquistar, cual pequeños
trovadores de la poligonera lírica del perreo,
el amor incondicional de su rey y llevárselo a ese metafórico y sacrosanto
huerto. Así, y contradiciendo el dictum clásico, según el cual de gustibus non disputandum est, el
desarrollo del programa consiste en un toma y daca entre la libidinosa plebe
que, de un lado, hace honor a la descripción del estado de naturaleza
hobbesiano al enfrentarse individualmente a sus congéneres, conducidos por sus
más básicos instintos y un irrefrenable deseo de hacerse con su priápico
trofeo, mientras que, del otro lado, cada pretendiente muestra una servidumbre
bíblica a su patriarca, guardándose su virginidad mediática -pues acostumbra a
ser la única que le queda- , para obnubilar al Dios pedestre, terrenal y salido
de una sesión de body gym, tratando
-en último término- de conseguir sus amorosos favores en el espacio liminal y
consensuado de Las Citas.
Este
vodevilesco game of thrones tiene
como ring el plató televisivo: es necesario acometer su descripción
cartográfica para comprender acertadamente el funcionamiento del programa y el
sentido verdadero de Las Citas. En el centro del plató nos encontramos con los
tronos, alrededor de los cuales se distribuyen unas gradas donde los
pretendientes se agolpan como espectadores privilegiados, sujetos y objetos del
devenir amoroso. Esta pista central está custodiada por unas gradas aún mayores
que, en forma de anfiteatro, acogen al público
-el cual, podemos adelantarlo, tiene un papel activo en el acaecer de los
acontecimientos-. And last but not least,
debe destacarse el simulacral backstage:
los protagonistas pueden acceder a las bambalinas televisivas para apartarse de
la rabiosa mirada del Otro, el Espectador Presente y Activo, para sincerarse y
abandonarse a la paradójica intimidad que les concede la omnímoda mirada del
objetivo de la cámara -vestigio analógico de su visibilidad nacional-. Este
ardid narratológico permite (re)presentar el trascenio como un espacio de verdad que ocupa un lugar
central en la construcción de la trama.
Si
bien hasta ahora hemos reflejado el funcionamiento del mundo terrestre, del
aparente centro de gravedad, no debemos detenernos aquí: el plató es solamente
el benemérito templo en el cual los humanos disputan acerca de La Verdad, de
las revelaciones que han experimentado cual Santa Teresa en éxtasis: a través
de confidencias y rumores, se da
cuenta de las sensaciones que tienen sus protagonistas, de los Hechos y los
Sentimientos, así, en mayúscula. Pero nos preguntamos nosotros, como se ha
preguntado la tradición filosófica al largo de la historia, ¿qué es la
realidad? ¿es posible la autenticidad afectiva?¿Es este mundo, Nuestro Plató,
solamente el proscenio de un noúmeno oculto e inaccesible? La realidad, claro
está, siempre es algo que está más allá: son Las Citas.
Los
tronistas, pues, deben citarse cada semana con alguna de sus pretendientes,
para así ir conociendo e interactuar con sus posibles parejas. Las citas, que
se realizan fura del plató, constituyen otro de los espacios de verdad. Es en ellas donde los protagonistas pueden
desenvolverse con naturalidad, ser ellos mismos, y no dejarse
amedrentar por su entorno, no impostar su carácter, no actuar para las cámaras.
En lo que consiste un salto gestáltico, las citas son vistas como un lugar para
la intimidad, donde estamos solos tu y yo (y el cámara, el micro, el ayudante
de cámara, el director de fotografía, ese
tipo que lleva los donuts y la novia del ayudante, porque le hacía gracia venir).
Presentada
la geografía básica del plató (y sus extramuros), es necesario atender a los
personajes estáticos que se mantienen allí perennemente. En primer lugar, y
brevemente, podemos ocuparnos del papel del público: una caterva de homos sentimentalis entre los cuales
encontramos una serie de personajes que trabajan para el programa. Su función,
simple, es la de opinar acerca de aquello que ven. Juzgar como juzgan los
espectadores en casa: precisamente ése es su papel, el de conseguir que el
receptor se vea inmiscuido. Además, está visión está reforzada por el hecho que
tronistas y pretendientes son, como Ulises en la cueva del cíclope, Nadie. Son
ése Nadie, como tú y como yo, que ha accedido a la fama, que ha excedido sus
minutos warholianos de gloria televisada, y que de este modo perverso y cañí ha
transformado y adaptado el american dream
de la ascensión social.
En
segundo lugar ha de destacarse el papel crucial de la presentadora, Emma
García. Esta, lejos de ocupar un lugar visible y central, la posición
geopolítica que le permitiera moderar los intercambios verbales de los
protagonistas, la encontramos sentada en las gradas. Es más: está sentada en
las escaleras para acceder a las gradas. Esta disposición táctica responde a la
voluntad de ceder a la realeza y su séquito la atención del objetivo de la
cámara, a la vez que para difuminar su voz entre las del público, como diciendo
"Eh, que yo soy una más; Eh, que yo solo soy un mero observador".
Está calculada humildad tiene la función de acumular rédito para su papel
esencial: no el de Dios todopoderoso y omnisciente, que es capaz de poner y
disponer a su inefable voluntad; no crea ex nihilo, ayudada por sus
demiurgos-guionistas, las relaciones que van a establecerse; no detenta,
tampoco, el poder del sacerdote, pues su campo de acción no se limita al finito
poder de administrar el reino de Dios en su beneficio, y perdonar los pecados
de su pastoral.
Entonces,
¿cuál es el papel de Emma? Es el de Hermes, Dios mensajero. Su función
es análoga al del pequeño dios olímpico: trasladar los mensajes de los Dioses a
los hombres (y mujeres y viceversa). No
nos referimos solamente a la banal función de poner en conocimiento de los
participantes lo que la Dirección Del Programa decide, información que le llega
por el pinganillo-oráculo. Para eso no se necesita un Dios alado, eso lo podría
hacer cualquiera, ¡hasta una voz en off! ¡quizá podría el mismísimo Constantino
Romero! Pero no, vade retro
Constantino, porqué su papel fundamental, y ahí vamos ya entrando en materia,
es el de traducir a los participantes los mensajes encriptados que el Dios Amor
les deja caer y que ellos, ciegos como Edipo, son incapaces de ver, obnubilados
como están por encontrar el destino en la fisonomía de aquellos que los rodean.
No
en vano lo que se ha llamado hermenéutica -desde las elucubraciones bíblicas y
la desambiguación de textos legales a la disciplina filosófica- toma su nombre
de Hermes. El papel de Emma es el interpretar el mensaje oculto en los signos,
el de actualizar el sentido de conjunto, el de hacer emerger el horizonte de
significación. Su trabajo, en otras palabras, es explicitar, dar consistencia
narrativa. Como un experto psicoanalista, se dirige a tronistas y pretendientes
diciéndoles, con Lacan, que ellos
precisamente saben mucho, sólo que igual que con el inconsciente, no saben que lo saben. Como un adiestrado funambulista, Emma García
sortea la voluntad de los protagonistas, arrincona la herética autoría de estos
sobre sus propias palabras, y imbuye con un nuevo sentido cada una de las
construcciones verbales. Todos los capítulos diarios aparecen como una clase
magistral de estética de la recepción: lo que teorizarán Eco, Jauss o Iser
parece un injerto teórico innecesario, puesto que Emma, con radicalidad
postmoderna, hace bandera de la muerte del autor, erigiéndose como lector
todopoderoso (y, en su caso, como único lector). A lo que los protagonistas
sólo pueden responder con un ligero movimiento de cabeza como diciendo
"pues esoh mimo quería decí yo". La verdad, esta vez, no se encuentra en un espacio concreto, sino que
nos es revelada.
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