En
el primer caso, la argumentación de Campillo en Ciudadanía y extranjería en la sociedad global pasa por la
consideración del ser humano como homo viator: para él, el hombre sería un
animal esencialmente inmigrante. En este sentido, el elemento problemático
residiría en el mito de la autoctonía, en el vículo atávico entre tierra y
sangre, el mito de la pertinencia a una comunidad étnica: «se postuló que la comunidad política
ideal debía ser completamente autárquica o soberana, esto es, debía
autoafirmarse mediante la separación física, la diferenciación simbólica, el
parentesco endogámico, la autosuficiencia económica y el conflicto bélico con
las demás comunidades "extranjeras"».
Por
lo tanto, para Campillo, aquello que vehicula la cuestión es finalmente la idea
de Estado-nación: mientras este sigua siendo el mecanismo de reconocimiento
social y legal, que llevaría a distinguir entre ciudadanos y no ciudadanos, no
se podría hablar propiamente de democracia, sino de democracia restringida al
estamento superior. Esto es así porqué Campillo entiende la democracia como «el único régimen político en el que
todos los miembros de la comunidad se reconocen
unos a otros los mismos derechos, participan por igual en el gobierno de los
asuntos públicos y regulan esos derechos y esa participación por medio de leyes
que son acordadas entre todos y que también obligan a todos».
En
este sentido, Campillo confiere continuidad a la tesis de Eagleton según la
cual los márgenes no son sólo una cuestión de minorías, cuestión -en último
término- de inmigrantes, sino que se extendería a la diferenciación entre un
estamento superior y una de inferior, haciendo que, de ese modo, el concepto de
ciudadanía sea inestable en esencia, puesto siempre al servicio del estamento
superior. En la misma línea, lo que hará Zamora es -a partir del instrumental
conceptual que le ofrece el pensamiento de Agamben- hacer extensiva esta
crítica y ver como en el Estado hay mecanismos de poder que, justificados por
la excepcionalidad de una situación (por ejemplo, la inmigración), son
ejercidos a ciertos sectores de la población. El punto fundamental es observar
la contingencia que radica en el hecho que se aplique a unos sectores de la
población y no en otros y, por lo tanto, que esto pueda cambiar: se trata de de
denunciar -en la línea de Campillo- que el problema radica en los conceptos de
"ciudadanía" y "democracia".
Así las cosas, en una suerte de
primer corolario, podemos afirmar que el pósito de las consideraciones de
Zamora y Campillo redundan en la idea de abordar el trabajo de redefinición de
los conceptos de "ciudadanía" y "democracia", conceptos donde
hay imbricado el problema de la inmigración. No obstante, cabe preguntarse si
es posible encargarse de reformular estos conceptos sin haber de replantear,
anteriormente, conceptos más fundamentales como el de "hombre" o
"persona". Esta pregunta es la que autores realizan autores como
Agamben y Esposito. Este es el motivo por el cual se retrotraen a un trabajo conceptual
que tiene por objetivo hacer emerger las implicaciones inherentes a estos
conceptos. En otras palabras: poner al descubierto "el lenguaje que
habla" en estos términos clave del pensamiento occidental.
En el caso de Esposito, en Tercera
persona. Política de la vida y la filosofía de lo impersonal, después de
reflexionar sobre el concepto de "persona", acaba concluyendo que
éste es obsoleto e inadecuado, en la medida que si nos servimos de la idea de
persona acabamos haciendo una distinción ontológica entre una vida
esencialmente digna y una que no: hablar de personas implica, necesariamente,
postular la existencia de no personas. La idea es, según Esposito, tender hacia
un modelo de impersonalidad que vendría vehiculado a partir del pensamiento de
Weil, Blanchot, Foucault y Deleuze.
No obstante, lo que ahora nos
interesa es ver que -tal y como señala Eagleton- nos encontramos en un cul de
sac: de un lado, hemos visto como el problema de la inmigración y, más
generalmente, el de la ciudadanía, dependían del reconocimiento social, de la
creación de una identidad cultural y legal, la cual cosa, a su vez, dependía
fundamentalmente de la construcción conceptual; pero, si seguimos a Esposito y
Agamben en su intento de dinamitar la exclusión social desde la deconstrucción
conceptual, tendiendo hacia un modelo de impersonalidad, nos encontramos con el
ideal deleuziano de impersonalidad y nomadismo. Es este círculo vicioso el que
Eagleton ponía de manifiesto y que ahora reencontramos en su forma más
elaborada.
Bien es cierto que se podría objetar
que el círculo no es propiamente vicioso, que la exaltación que se hace de, por
ejemplo, la figura del apátrida en el pensamiento de Deleuze no se corresponde
con la figura del marginado social, sino que se piensa como ideal de vida
desnormativiado. Es evidente, aun así, que el modelo de impersonalidad es
difícilmente conjugable con la praxis.
Lo que Eagleton está poniendo encima
de la mesa es el prejuicio posmoderno contra todo discurso ideológico que
apeste a "gran relato". En otras palabras: está buscando un soporte
arquimediano, un término medio aristotélico, desde el cual repensar la
cuestión. No toda autoridad ha de ser sospechosa por naturaleza, la
normatividad no es siempre restrictiva: «sólo
un intelectual sometido a una sobredosis de abstracción sería lo bastante
estúpido para imaginar que todo lo que doblega una norma es políticamente
radical».
Parece que Eagleton trata de evitar
la esclerotización de la reflexión política en la deconstrucción conceptual: no
quiere acabar afirmando -como Leo Strauss al ver la conversión de la filosofía
política en reflexión metaética- que la filosofía política ha desaparecido. En
este sentido, Campillo acertaría al acercarse al problema de la inmigración
desde la relación entre los conceptos de "ciudadanía" y
"democracia", planteando el problema desde el contexto del
Estado-nación, que es la tecnología que permite la articulación entre Estado e
individuo.
En suma: lo que se ha querido
resaltar es como la intuición de Delgado de abordar "el inmigrante"
como construcción social, como "personaje conceptual", es relevante
en la medida que sienta las bases para la extensión del problema a conceptos
más generales, a la manera de Campillo y Zamora. Aún así, hemos recorrido a la
noción de "reconocimiento social" -en un sentido amplio- porqué el
desarrollo de la identidad personal de un sujeto está ligada a la presuposición
de determinados actos de reconocimiento por parte de otros sujetos, de manera
tal que nos permite reseguir la argumentación de Campillo cuando reconstruye la
relación entre inmigrante y Estado-nación. Finalmente, hemos recorrido
sistemáticamente a Eagleton como contrapunto, en la medida que nos confería una
suerte de término medio aristotélico a la reflexión, con tal de no caer en un
pensamiento histriónico y ensimismado.
Por
esa misma razón se ha iniciado la reflexión con la irónica invectiva de
Eagleton contra Deleuze, al parafrasear a Groucho Marx con eso de «¿quién querría estar incluido, en todo caso, en este
montaje?» con tal de avisar sobre el riesgo de caer en
divagaciones metafísicas que exalten el papel del apátrida cuando, como también
afirma Eagleton, «los
márgenes pueden ser lugares insoportablemente dolorosos de habitar, y existen
pocas tareas más honrosas para los estudiosos de la cultura que contribuir a
crear un espacio en el que los despreciados y los ignorados puedan encontrar
una voz propia».
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