6.21.2011

Leer a Thomas Pynchon

los fragmentos son la única forma en la que puedo confiar
(Donald Barthelme)

Leer a Thomas Pynchon es algo de lo que, creo, uno puede alardear. Y si además se trata de El arco iris de gravedad, en verano, con mayor razón. Éste es, entonces, el único motivo por el cual escribo la entrada: para pavonearme.
Alertado el inocente lector que esperaba encontrar aquí la piedra alquímica que convirtiera los mamotretos de Pynchon en pequeñas y accesibles obras para leer en el tren mientras escuchas música, respondes llamadas y miras mal al tipo de al lado que no para de moverse, podemos empezar. Porque este inocente lector es el mismo que cuando va a ver el último film de Lynch lo hace con la esperanza de esta sí se va a entender, y  sale del cine –o cierra series yonkies- después de ver Inland Empire y sí, su cara es de decepción. Esto es así por la sencilla razón que tanto el cine de Lynch, como la narrativa de Pynchon, no por casualidad se erigen como estandartes de una literatura y un cine posmodernos, que asumen la mayor parte de sus presupuestos –o mejor, establecen ellos mismos estos presupuestos- en una postura radical y rompedora con la tradición.
Si bien ya en el ecuador del s. XX Thomas Mann, en un intercambio epistolar, comunicaba a Adorno, que “el realismo ya no representaba ningún placer[1], lo cual anunciaba la crisis del realismo a modo decimonónico, con su narrador omnisciente armado de  una voluntad totalitaria de aprehender y representar minuciosamente la realidad, éste tocaría su fin con las grandes obras de Joyce, Kafka, Faulkner o García Márquez encarnando la muerte de ese ya insulso realismo. Por eso, en Estados Unidos, la aparición de la literatura de ciertos autores supondrá el inicio de una nueva forma de entender la novela: asimilados los grandes proyectos que rompieron definitivamente con la tradición literaria del realismo y el naturalismo, y asistidos por un abanico de influencias que va de las vanguardias o el arte pop a la literatura de género como la ciencia ficción, Vonnegut, Barthelme, Barth, Coover o Pynchon empezarán a dar a luz sus obras. Javier Aparicio Maydeu sintetiza algunas de las características que se pueden encontrar en esta corriente emergente:
los estratagemas vanguardistas derriban al narrador omnisciente, y con él desaparece la autoridad de un discurso prepotente que condena al lector a una actitud pasiva ante el texto, cae el personaje entendido como héroe que aglutina la intriga, cae la intriga misma, entendida como historia lineal y coherente, que va a verse convertida en un discurso fragmentado y ambiguo, trufado de aporías, efectos especulares, técnicas prestadas por la poesía lírica, digresiones y metatextos. Caen las convenciones narrativas, cae la reputación intachable del narrador, cae la transcendencia social de la ficción, cae su vocación de ser una máquina para el entretenimiento, cae la verosimilitud y se hace añicos. Todo cae, en fin, como un castillo de naipes[2]
            Todo esto y más está en la narrativa de Pynchon, pues no sólo parte de una concepción posmoderna en el modo como articular sus ficciones, sino que la misma ideología que subyace en sus textos los convierte en algo hermético y críptico: ya en una de sus primeras obras, La subasta del lote 49 (1965), nos encontramos con una reescritura paródica de la novela negra en que Edipa Maas, la protagonista, tratará de solucionar el misterio de una herencia recibida por parte de un antiguo amante multimillonario, Pierce Inverarity, a partir de un entramado paranoico que inevitablemente nos recuerda, otra vez, al inspector Cooper, el protagonista lynchiano de Twin Peaks, quien investiga guiado por sus sueños e intuiciones. A todo esto, debe tenerse también en cuenta el ambiente carnavalesco y la excentricidad de la diégesis así como de los personajes que nos propone Pynchon, elementos que tienen su máxima expresión en Vinelad (1990) y Vicio propio (2009).
            El cénit de su literatura –con el permiso de Contraluz, que será, espero, mi próximo encuentro con Pynchon- se encuentra entre las páginas, a ratos inaccesibles, de El arco iris de gravedad (1973). Ésta es la obra que motiva esta entrada, que yo trate de alardear de mi ardua lectura. Aquí Pynchon encara el desproporcionado proyecto de relatar en más de mil páginas la historia, ambientada en el Londres de la IIGM, de Tyron Slothrop, un militar condicionado mediante experimentos pavlovianos a reaccionar con una erección al lanzamiento de las bombas nazis V2. Esto es, creo, todo lo que puedo decir en relación a la historia que se nos cuenta y, de hecho, porque está perfectamente explicado en la contraportada, pues de lo contrario lo más probable es que de mis ya más de 200 páginas leídas no habría conseguido sacar poco más que una idea vaga de quizá algo relacionado con experimentos pavlovianos, sesiones de espiritismo, bombas teledirigidas, relaciones ¿pedofílicas?, y cultivo de bananas.
            Una prosa no en vano llamada entrópica consigue que el discurso se diluya en digresiones, en cambios constantes de punto de vista narrativo, acumulación de datos, personajes y lugares, situaciones absurdas.. Podemos preguntarnos, como debían preguntarse los lectores de su tiempo: “¿Qué mente perturbada puede llamar novela a este engendro titulado El arco iris de gravedad?, ¿Qué demonios le está ocurriendo a la novela de siempre, irreconocible, estrafalaria, ecléctica, en manos de este tal Pynchon?, ¿debo entender que no hay nada que entender o no entiendo lo que hay que entender?[3]
            Las respuestas –como casi siempre- las tiene Fresán[4]: “Intentar un resumen de este tractat filosófico-vaudeville-thriller es imposible; su lectura es, sí, una de esas experiencias intransferibles. Hay que arriesgarse, entrar, huir junto a Slothorp y, alcanzada la página 1.148, sentirse triste y privilegiado porque el baile ha llegado a su fin..., pero quién nos quita lo bailado.”


[1] Correspondencia 1943-1955; Mann/Adorno, Fondo de cultura económica, México, 2006.
[2] Aparicio Maydeu, J; Lecturas de ficción contemporánea. De Kafka a Ishiguro, Cátedra, Madrid, 2008.
[3] Ibídem

Rayuela, el juego, el lenguaje (3)

1. Tres tristes tigres en la jaula verbal[1]
A modo de hipótesis de trabajo, podemos enunciar ya de inicio que Rayuela y TTT comparten una tesis básica: en ellas se cuestiona la posibilidad de la literatura como recreación del mundo. Además, a grandes rasgos también, puede decirse que el mecanismo del que se sirven para llevar a cabo esta empresa –la de la novela total, la de la recreación del mundo- es el cuestionar la lengua a partir el juego. Si hemos visto como en Rayuela este juego tiende a desarticular el lenguaje, a vaciarlo y abrirlo de nuevo al lector –es decir, si el juego en Rayuela intenta transcender el lenguaje entendido de modo tradicional a partir de la función poética del juego-, en TTT la función predominante del juego con respeto al lenguaje es la lúdico-humorística[2].
            Como en Rayuela ya hemos señalado alguno de estos elementos, nos centraremos aquí en TTT. Si bien es cierto que ambas obras cuestionan la posibilidad de la literatura como recreación del mundo, cabría matizarlo un poco, pues mientras Rayuela cuestiona esta posibilidad, aún así se empeña sin ambages en tratar de hacerlo; en cambio en TTT parece como si Cabrera Infante partiera de la constatación de la imposibilidad de hacerlo. Pero mejor vayamos paso a paso, pues en un primer acercamiento TTT se nos presenta como un intento de revivir la noche habanera, de conservar su oralidad en la literatura, motivo por el que Cabrera Infante abre su obra con la siguiente advertencia:
El libro está en cubano. Es decir, escrito en los diferentes dialectos del español que se hablan en Cuba y la escritura no es más que un intento de atrapar la voz humana al vuelo, como aquel que dice. Las distintas formas de cubano se funden o creo que se funden en un solo lenguaje literario. Sin embargo, predomina como un acento el habla de los habaneros y en particular la jerga nocturna que, como en todas las grandes ciudades, tiende a ser un idioma secreto. La reconstrucción no fue fácil y algunas páginas se deben oír mejor que se leen, y no sería mala idea leerlas en voz alta[3]
TTT aparece entonces como resultado de la tensión entre la oralidad y la escritura: Emil Volek presenta esta relación como una antinomia, en la medida que la pugna entre estas dos formas de expresión son irreconciliables. Si dijimos que parece que Cabrera Infante parte de la constatación de la imposibilidad de reproducir la realidad –en su caso, la oralidad de la noche habanera- es porque aunque nos presente el proyecto en forma de empresa totémica –la novela como aleph lingüístico de la Habana de los 60-, los procedimientos que usa en la novela apuntan a las antípodas de esa voluntad: en ella hay un despliegue de variaciones y gestos del lenguaje, sobretodo en su dimensión material -pues abundan los juegos ortográficos y tipográficos-, que son elementos ajenos por completo a la oralidad. Además, la creación literaria que se nos presenta como traducción –traducción de las voces, traducción de la realidad en literatura- pronto nos damos cuenta que deviene traición: la parte de Los visitantes muestra como una historia, al ser traducida a literatura, es cambiada y deformada. Así el traductor ejerce de traidor, viejo tópico literario que Cabrera Infante desplaza de plano colocándolo en el centro del problema de la mímesis. La literatura no representa, sino que traduce -esto es, traiciona-.
            Cabrera Infante llevará al extremo esta traición al imbricar el texto en juegos lingüísticos, sobredimensionando el carácter lúdico-humorístico hasta llegar al paroxismo: los personajes se diluyen en su habla, se hace imposible imaginarlos de carne y hueso; el caso paradigmático de esta dislocación del lenguaje en los personajes es Bustrófedon: es un personaje ausente en la narración – se nos dice que ha muerto- pero que extiende su sombra a lo largo de la obra, ya que aquello que lo caracterizaba eran los juegos de palabras, pasión que había extendido al resto de sus compañeros (a los otros tristes tigres), quedando todos así encerrados en la jaula verbal: “¿Quién era Bustrófedon? ¿Quién fue quién será quién es Bustrófedon? ¿B? Pensar en él es como pensar en la gallina de los huevos de oro, en una adivinanza sin respuesta, en la espiral. Él era Bustrófedon para todos y todo para Bustrófedon era él. No sé de donde carajo sacó la palabrita –o la palabrota. Lo único que sé es que yo me llamaba muchas veces Bustófoton o Bustrófotomaton o Busnéforoniepce, depende dependiendo y Silvestre era Bustrófenix o Bustrofeliz o Bustrófitzgerald[4]
            Bustrófedon[5] -la palabra- se refiere a la forma de escribir que consiste en redactar alternativamente de derecha a izquierda y de izquierda a derecha: en este sentido podemos entender a Bustrófedon -el personaje- como una suerte de figura alegórica que encarna el juego lingüístico ya desde su misma escritura, dios privado de la mitología de TTT que determina a los personajes, personificación del azar en la escritura, pues no en vano se nos propone una suerte de literatura aleatoria donde al lector se le entregarían un listado de la palabras y unos dados y, según fuesen cayendo los números, las palabras se leerían en un orden u otro. Es fácil desde aquí trazar un puente hasta el proyecto de Cortázar-Morelli: en las dos obras se puede rastrear la influencia, clave a partir del surrealismo y las vanguardias, del principio de indeterminación en la literatura[6].
Si en Rayuela habíamos tratado de clasificar los tipos de juegos lingüísticos (a nivel de significado, discurso y metanarrativo) aquí sólo cabe la distinción entre el que es juego metanarrativo y el que no: el primero, como en Rayuela, afecta a la estructura misma del texto. El segundo es un totum revolutum, de modo que en ciertas partes de la novela -como Rompecabezas o Bachata- el juego lingüístico predomina en casi todos los niveles, dando como resultado que el discurso se construye a partir del juego de significados, bromas y errores:

-Y quién hizo burlas (preguntó Bustrófactótum y como él era un tipo largo y flaco y con muy mala cara y esta malacara picada por el acné juvenil o por la viruela adulta o por el tiempo y el salirte o por los buitres que se adelantaban, o por todas esas cosas juntas, se paró, se puso de pie, se dobló, se triplicó, se telescopió hacia arriba agigantándose en cada movimiento hasta llegar al cielo raso, puntal o techo).
Y el dueño se achicó, si es que podía hacerlo todavía y
Fue el hombre increíblemente encogido, pulgarcito
O meñique, el genio de la botella al revés y
Sé fue haciendo más y más y más chico,
Pequeño, perqueñito, chirriquitico
Hasta que se desapareció por
Un agujero de ratones al
Fondo-fondo-fondo,
Un hoyo que
Empezaba
Con
O
Y me acordé de Alicia en el País de las Maravillas y se lo dije al Bustroformidable y él se puso a recrear, a regalar: Alicia en el mar de villas, Alicia en el País que Más Brilla, Alicia en el Cine Maravillas, Avaricia en el País de las Malavillas, Malavidas, Mavaricia, Marivia, Malicia, Milicia Milhizia Milhinda Milinda Malanda Malasia Malesia Maleza Maldicia Malisa Alisia Alivia Aluvia Alluvia Alevilla y marlisa y marbilla
A partir de este fragmento[7] podemos observar como aquí nos es válida  otra de las antinomias a las que apunta Volek: caos-orden. El juego lingüístico, normalmente a la sombra de Bustrófedon, convierte los episodios en un caos de elementos y en este sentido se puede decir que: “TTT representa indudablemente una escritura extrema, otro intento de alcanzar el límite absoluto (la escritura límite) de la creación literaria; este límite, sin embargo, es, en principio, inalcanzable, porque una jugada concreta jamás abolirá el azar[8]. La realidad es desmenuzada de un modo casi cubista: nos es presentada en forma de recortes, de elementos libremente asociados, bajo nuevas formas –siempre transformada por el acto creativo de traducción/traición- pues la literatura aparece como palipmsesto, mediado siempre por la parodia[9].    
Nos encontramos entonces en una suerte de mise en abyme donde lo que se superpone no son, a modo de caja china, diferentes planos narrativos de la historia[10], sino las diferentes formas de expresión: se va de la oralidad al texto, y en el texto se extenúan las formas de contar (canciones, poemas visuales, imágenes, historias repetidas que difieren en detalles, un mismo episodio contado desde diversas perspectivas) hasta el punto que el error se convierte en parte constitutiva de la obra[11].
            Por lo tanto el caos lingüístico que hemos esbozado a grandes rasgos parecería que, a pesar de compartir con Rayuela la presencia del juego lingüístico en todos los niveles, TTT está más cerca del proyecto de Gombrowicz, de la voluntad del polaco de implosionar la literatura desde dentro: una suerte de espíritu dionisíaco afloraría en lenguaje –a instancias básicamente de Bustrófedon- y en su expresión lúdica desgarraría la novela desde dentro. Esta interpretación estaría muy acorde con la expresión que ha hecho fortuna para denominar lo que Cabrera Infante hace en TTT: carnavalización del lenguaje. Así las cosas, podríamos creer que el autor cubano se queda aquí –y eso ya sería bastante- recreando lúdicamente la noche habanera: el juego por el juego, una obra irrespetuosa y carnavalesca como la realidad que quiere retratar.
            Pero aún no se ha mencionado la parte metanarrativa de la obra que antes habíamos dejado apuntada: será ésta la que acercará TTT a Rayuela, pues no comparten sólo los juegos lingüísticos, sino también una dimensión metanarrativa –en TTT a modo cervantino o sterniano- que pondrá de relieve que, aún dando preeminencia a funciones distintas del juego con respeto al lenguaje, las dos responden a un proyecto eminentemente literario, ése que hemos anunciado al principio del apartado: cuestionar la posibilidad de la literatura como recreación del mundo.
2. La representación de la realidad en Rayuela y Tres tristes tigres
Si Rayuela empieza con un tablero de dirección, TTT se abre con la presentación de un espectáculo donde, no sólo se presenta a los actores del show sino también a los espectadores, al público: éstos, además, serán los personajes integrantes de la novela. Hay pues una voluntad común de abrir al lector la novela, de avisar ya de entrada que en estas obras el lector no solo es espectador sino también integrante de ella. A nivel estructural, en Rayuela, esta participación del lector se manifiesta desde la elección de la dirección hasta en los pequeños detalles como el de rellenar elipsis descriptivas o, más en general, interpretar la obra que se lee a partir de la glosa que la misma obra ofrece. El caso es que se presenta como un almanaque de fragmentos que pueden ser leídos de muchas maneras, en el que que es la función metanarrativa la que da sentido a la obra.
En TTT pasa algo semejante en tanto que la obra también está compuesta a partir de fragmentos, los cuales al principio parecen agrupados aleatoriamente: hay distintos narradores, puntos de vista, lenguajes, etc.. Si dividimos TTT en tres partes (el capítulo Rompecabezas haría de encaje entre las dos primeras) -tal y como propone Volek- la primera parte aparece como despliegue de elementos de forma caótica, mientras que la segunda parte va recogiéndolos sobre sí misma. La primera parte, además, aparece como narración auténtica, que no seria, pero sí con la ilusión realista (hay voluntad de mímesis directa) que tiene como objetivo recrear artísticamente la noche habanera. En la segunda parte la realidad se “desdobla y pasa por el filtro de la <<literatura>> (en el sentido de la <<literatura en la literatura>>) hasta alcanzar su opuesto, hasta transformarse en puro juego de lenguaje, en que el lenguaje se repliega sobre sí mismo y se aleja de la referencialidad, aunque sin separarse de ella jamás por completo. Como rebotado de este límite absoluto, el movimiento vuelve hacia atrás, pasando por el filtro de las parodias y desembocando en la parte final”.
Así, si entendemos la novela como dividida en tres partes, el paralelismo con Rayuela vuelve a ser inevitable: mientras que en la obra de Cortázar la segunda parte volvía sobre la primera (hasta el punto que en la lectura salteada las ciudades y las historias se confunden), y la tercera se inmiscuía en forma de glosa metanarrativa, en TTT la función metanarrativa la desempeña la segunda parte al volver sobre la primera, mientras la tercera parte ejerce de conclusión.
            Pero podríamos preguntarnos en qué sentido TTT tiene una función metanarrativa. Los primeros indicios claros los encontramos a modo de comentarios sternianos. Pero no es sólo esto, sino que se construye todo un juego cervantino de personajes-narradores, editores, etc.. hasta el extremo que el autor empírico[12] aparece como personaje-autor dentro de la obra. Además, Silvestre, uno de los tristes tigres y supuesto narrador, renuncia a la omnisciencia y omnipotencia del narrador: sus palabras, si es que es el verdadero narrador, son contradichas por su escrito, pues hay claras muestras del poder ilimitado del narrador en TTT: éste nos “dispensa” de los “detalles superfluos”, dialoga con el lector, pone notas editoriales, etc..
Así las cosas, TTT requiere –como Rayuela- de un lector activo, capaz de reconstruir sus partes, y así la novela aparece como puzle (recordemos que el capítulo central recibe el nombre de Rompecabezas) o adivinanza: otra vez la novela como juego. En las dos novelas hay una cierta complejidad del “mundo representado”: al pensar la obra como juego, tanto Cortázar como Cabrera Infante, están reconociendo las limitaciones del lenguaje en su uso cuotidiano o en su uso filosófico –pues se sienten aprisionados en él- y la única forma que encuentran de desarticular ese lenguaje es a través de lo lúdico, pues al convertir la lengua en un juego y abrir la novela al lector para que actúe con ella en lugar de simplemente leerla, consiguen hacer estallar esa realidad representada a modo decimonónico –un mundo que parecía real, casi palpable-, y no se proponen edificar una nueva realidad, sino que pretenden integrar la novela en la del lector –de ahí los pliegues metanarrativos, novela y teoría de la novela en un mismo pack-, comprendiendo ese intento como única forma de transcender la vieja narración del decir wittgensteiniano, para desgarrar la Forma de Gombrowicz. Para acabar con el suplicio tantálico, al fin.




[1] Título homónimo del artículo de Emil Volek que sigo para el análisis de TTT. (Tres tristes tigres en la jaula verbal: las antinomias dialécticas y la tentativa de lo absoluto en la novela de Guillermo Cabrera Infante que se encuentra dentro de: Volek, E; Cuatro claves para la modernidad. Análisis semiótico de textos hispánicos, Gredos, 1984, Madrid).
[2] Este predominio de la función lúdico-humorística está presente en la obra ya desde el mismo título: mientras en Rayuela el juego que se nos ofrece es aquel que nos lleva de la tierra al cielo –dentro del juego hay progresión-, en Tres tristes tigres el título apunta –y además lo es él mismo- otro tipo de juego, un trabalenguas. Este nos encierra en las palabras, obligándonos a volver una y otra vez sobre lo mismo, a la vez que ya contiene implícito uno de los temas fundamentales de la obra: la relación tensa que mantienen la escritura y la oralidad.
[3] Cabrera Infante, Tres tristes tigres. Pág. 145.
[4] Ibídem. Pág. 371.
[5] Según el Diccionario de la Real Academia Española:Manera de escribir trazando un renglón de izquierda a derecha y el siguiente de derecha a izquierda”.
[6] Cortázar, J; Rayuela. Capítulo 4: “ella quería entrar en el círculo, comprender por qué el principio de indeterminación era tan importante en la literatura, por qué Morelli, del que tanto hablaban, al que tanto admiraban, pretendía hacer en su libro una bola de cristal donde el micro y el macrocosmos se unieran en una visión aniquilante”.
[7] Cabrera Infante; Tres tristes tigres. Pág. 373
[8] Volek, E; Tres tristes tigres en la jaula verbal: las antinomias dialécticas y la tentativa de lo absoluto en la novela de Guillermo Cabrera Infante que se encuentra dentro de Cuatro claves para la modernidad. Análisis semiótico de textos hispánicos. Pág. 155.
[9] Enrico Mario Santí, y Nivia Montenegro -en la introducción a TTT en la edición antes citada de Cátedra- apuntan a que: “el proyecto de Cabrera Infante siempre está mediado por la parodia, la cual simultáneamente traiciona y exalta esa voz ausente que resuena ahora en el eco  como puro simulacro”. Pág. 88.
[10] Es decir, de la trama, de la “story” para utilizar el término inglés que permite la distinción.
[11] “Errar” aparece en la novela en sus dos formas principales: quiere decir equivocarse –y en este sentido es parte constitutiva del universo lúdico que plasma Cabrera Infante, pero también significa caminar o viajar sin rumbo –que es lo que hacen los personajes, los tristes tigres-.
[12] Tomamos la noción de autor empírico de Umberto Eco para designar a Guillermo Cabrera Infante.



6.17.2011

Rayuela, el juego, el lenguaje (2)

2.2 El juego lingüístico como atenuante: función lúdico-humorística
Este tipo de juegos son los que Cortázar utiliza para rebajar su discurso, puesto normalmente en boca de Oliveria: es el ocioso argentino quien en sus reflexiones se ve constantemente llevado por las palabras, por los grandes interrogantes, buscando ese centro de la mandala. Él mismo se da cuenta de ello, de que deviene prisionero de su retórica, y muchas veces se impone a sí mismo restricciones en forma de juego a través del humor. El ejemplo paradigmático de ello es el uso constante de la “hache fatídica”[1], ésa que le sirve a Oliveria (y a Cortázar) cómo penicilina, a modo de medicina contra las palabras altas: la hache inicial cómo forma de ridiculizar la palabra, para que pierda su áurea, para despojarla, al fin, de su pesante carga. Hestatuas hecuestres, Hapasiona, Habismos, “Hojo Horacio, hanoto Holiveria”, Hespiritu, Hodiseo, Hintinimidad, Hinstalarte, Hincluido[2]. Todas estas haches, y aún más, son las que se intercalan en el texto, normalmente, jugando esta función atenuante que antes apuntábamos:
<<En esos casos Oliveira agarraba una hoja de papel y escribía las grandes palabras por las que iba resbalando su rumia. Escribía, por ejemplo: “El gran hasunto” o “la hencrucijada”. Era suficiente para ponerse a reír y cebar mate con más ganas. “La unidad”, hescribía Holiveira. “El hego y el otro”. Usaba las haches como otros la penicilina. Después volvía más despacio al asunto, se sentía mejor. “Lo importante es no hinflarse”, se decía Holiveira. A partir de esos momentos se sentía capaz de pensar sin que las palabras jugaran sucio>>[3]
Dejando de un lado las haches como elemento lingüístico homeopático, podemos encontrar otras formas humorísticas o lúdicas, como la repetición en forma de variación musical de ciertas palabras como gato o como lana[4], o chanzas y bromas que nacen del mismo lenguaje, en este caso de su sonoridad: “Un soliloquio tras otro, vicio puro. Mario el epicúreo, vicio púreo[5].  Otro ejemplo es la revista Renovigo, de la que se nos reproduce un fragmento en el capítulo 69, texto con el que se ríen Horacio y Traveler, plagado de faltas de ortografía con un claro predomino de la letra “k” en pos de la “c”; o los juegos con el “cementerio” (así como otros, tomados directamente del surrealismo francés).
            Si bien este juego humorístico subyace a lo largo de la obra y cumple básicamente la función de atenuante, se puede decir que ésta no es la función primordial de la mayoría de juegos lingüísticos, pues la gran mayoría, aún pudiendo presentarnos bajo esta forma lúdica, son sólo un instrumento del que se sirve Cortázar para acceder a los temas que le importan, no ya de la forma tradicional -a través de un lenguaje y un discurso ensayístico-, sino a través de la dinámica del juego. Así las cosas, la función lúdico-humorística no puede ser soslayada, pero es cierto que no desempeña en Rayuela un papel central como sí lo hace en Tres tristes tigres de Cabrera Infante: lo veremos más adelante[6], pero nos gustaría aquí dejar constancia de que el lenguaje en su función lúdico-humorística es, en Cortázar,  una tecnología puesta al servicio de la función poética. 
2.3 Metanarrativa y función poética
Si hasta ahora hemos visto las posibilidades que ofrecía el juego a nivel de significado y de discurso, y cómo estos juegos podían cumplir una función lúdico-humorística, ahora pasamos a considerar esos mismos juegos desde otro punto de vista, así también el elemento metanarrativo de Rayuela. Este último ya no puede ser considerado un juego en su vertiente lúdico-humorística, sino que el manejo de Cortázar de este mecanismo responde tan sólo a la función poética.
Aquí hablamos de juego en la medida que la lectura metanarrativa corresponde por entero al primer gran juego, al tablero de dirección que nos encontramos antes de empezar la novela: “Cortázar invita así a jugar el juego de la rayuela, zigzagueando por las varias partes de su novela[7]. En este sentido el juego afecta a nivel estructural: el lector debe elegir entre una lectura lineal (lector-hembra) o una lectura salteada, la que propone el tablero, con la que se lee toda la novela (lector-macho). Si leemos la novela de forma lineal (hasta el capítulo 56) podríamos definirla –gráficamente- como un espiral dibujado por los pies de Oliveria, quien da vueltas alrededor del centro que persigue, de ese ojo de la carpa del circo. Hasta aquí sólo hay acción y, en cierto sentido, podríamos hablar de una novela convencional: un personaje busca su realización personal en París, y los juegos lingüísticos que hemos nombrado podrían ser tan solo contingencias del estilo del autor. Pero si nos quedamos con la lectura salteada -que es la que pide Cortázar-, o bien leemos los capítulos “prescindibles”, obtendremos una lectura glosada: los capítulos que en la lectura lineal quedarían excluidos, ahora se intercalan  y van desarrollando una teoría literaria. Así las cosas, la novela se sobredimensiona al comentarse a sí misma: “¿Para qué sirve un escritor si no es para destruir la literatura? Y nosotros, que no queremos ser lectores-hembra, ¿para qué servimos si no para ayudar en lo posible a esa destrucción?”[8].
        
    Pliegue sobre pliegue, las tesis de Morelli acerca de la literatura cohesionan o justifican algunos de los hilos que en la historia -aquello que pertenece propiamente a la parte lineal- quizá no encajaban. Ahora los juegos lingüísticos, las exacerbaciones verbales, las evocaciones visuales en lugar de descripciones, la escritura jazzística llevada hasta la saturación del discurso, las variaciones y la repetición[9], los lenguajes privados, los cambios de idioma y los rompecabezas discursivos tienen una razón de ser, pues responden a un objetivo respecto al lenguaje, objetivo que Fernando Alegría sintetiza de la siguiente forma: “así como la realidad se le da al hombre ya vivida, es decir, una forma que ha de aceptarse sin protestar, un camino fijo, una coerción, así también el hombre recibe el lenguaje ya hecho, falseado por toda clase de subterfugios éticos y estéticos. Es necesario, entonces, devolverle al lenguaje sus derechos, expurgarlo, como medida higiénica (..) La tarea consiste en reconquistar los significados primigenios y elementales, en destruir toda retórica esteticista en la literatura, desarmarle sus tramas[10].
            Es un proyecto que Morelli nos define como antinovelístico: el lenguaje tradicional y las viejas formas de representar el mundo ya no sirven, “la palabra ya no es sólo un instrumento de conocimiento y aprehensión de la realidad, es también una trampa (como lo sentía Johnny, el protagonista de El perseguidor)[11]. Por eso Morelli-Cortázar quiere abrir la novela, convertir al lector en cómplice; y éso se consigue a través del juego: es en este sentido que el juego también deviene pieza estructural de la novela, porque el lector no puede nada más que sentarse y esperar que le cuenten una novela “rollo-chino”. Precisamente esa actitud de abrir la obra y convertir al lector en jugador[12], responde a la función poética del juego: la novela para Cortázar ya no puede simplemente decir, contar[13], sino que debe mostrar, ser “una obra cuya legítima primera audición debía ser quizá el más absoluto de los silencios[14].
Hemos vuelto, al fin, a la distinción que habíamos apuntado con anterioridad: decir y mostrar, la dicotomía wittgensteiniana que parece restar como telón de fondo en la obra de Cortázar[15]. El problema es entonces cómo mostrar: en cierto modo puede decirse que Cortázar-Morelli opta por la misma solución que Wittgenstein, puesto que el vienés, en sus Investigaciones filosóficas (publicadas póstumamente en 1953) se da cuenta de que estaba en un error al creer que el lenguaje era una herramienta de la lógica que sólo podría servir para describir el mundo -para decir- y se sumerge así en su teoría de los juegos lingüísticos[16]: las palabras tan sólo adquieren sentido cuando están articuladas en situaciones y contextos que las hacen significativas.

            Además, no es sólo la referencia a Wittgenstein la que nos da pistas de como Cortázar-Morelli está imbricando en un pensamiento asintótico que trata de experimentar con los límites del lenguaje, sino que en la tercera parte de Rayuela  se transcriben citas de autores que podrían ejemplificar hasta que punto Cortázar (y con él sus personajes) son hombres de su tiempo. Uno de ellos es Georges Bataille[17], pensador que parte de Nietzsche y propone un pensamiento de lo heterogéneo: en él hay una exploración del límite a través de la escritura que trata, en cierto modo, de recuperar el proyecto de Sade, poniendo así el erotismo en un primer plano[18]. La figura de Oliveria podría, entonces, corresponderse en parte con el pensamiento de Bataille: Oliveira busca tanto en la Maga como en Pola ese mundo sensitivo que está más allá de los límites de la racionalidad.

Por otro lado encontramos a Witold Gombrowicz[19] del que es citado su Prefacio a Filifor forrado de niño, que es una suerte de comentario metanarrativo que se introduce como prefacio a una de las partes de la obra y que constituye un elogio     -más que una justificación- de los recursos de que se sirve en su Ferdydurke: una obra que destaca por su fragmentariedad, por inventar palabras e ir repitiéndolas en forma de variación hasta extenuar; una obra que es, como Rayuela, una construcción entrópica[20] erigida al elemento dionisíaco de la vida, aquel que nunca debe ser aprehendido por la forma.  Ernesto Sábato, en su prólogo a Ferdydurke, escribe:
Tampoco creo arriesgado suponer que lo que Gombrowicz llama la inmadurez no es otra cosa que el espíritu dionisíaco, la potencia oscura que desde abajo, como fuerza inferior (..), presiona y a menudo rompe la máscara, la persona, la Forma que la convivencia y la sociedad nos obliga a adoptar. (..) Y así como la Immadurez es la vida (y por tanto la adolescencia, el circo, el absurdo, el romanticismo, la desmesura y lo barroco), la Forma es la Madurez, pero también la fosilización, la retórica y en definitiva la muerte; una muerte (curiosa dialéctica de la existencia) que nos es imprescindible para vivir y entendernos[21]
Las concomitancias con Rayuela son patentes, ya que Cortázar, como Gombrowicz, está definiendo una teoría literaria a la vez que la pone en práctica y -si bien el polaco opta por la desmesura dionisíaca y la fragmentación- Cortázar canaliza esos instrumentos a través de la dinámica del juego[22]: la novela, como el juego de la rayuela, no tiene una finalidad determinada, sino que cada final (llegar al cielo), es un inicio, pues se vuelve a empezar desde la siguiente casilla. Además, como en todo juego –y en esto reside su paradoja-, una vez se consigue la victoria, ésta es sólo un momento pasajero, que pierde enseguida su sentido “pasando a convertirse en un continuo e inacabado zigzagueo, un continuo estar y no estar, un continuo avanzar y no avanzar, un continuo retroceder y no retroceder. Hay búsqueda, naturalmente que sí, pero una búsqueda viciada desde la partida, sin derrotero fijo[23].
            Así las cosas, ahora podemos comprender mejor en qué sentido la llamada función poética del juego es el elemento predominante: para rebasar los límites que el lenguaje impone y “andar por fuera y más allá de ese límite[24], para poder entender esa enciclopedia china de la que habla Borges, para encontrar el lo que falta[25] y poder así cruzar al otro lado de las cosas, Cortázar se sirve del juego como medio en tanto que éste le permite ir más allá en su relación con el lector, pues al plantear la novela como juego, ésta se abre a la realidad y se presta a una actividad por parte del lector; consecuencia de ello es que sus palabras ya no son simplemente cajones llenos de anquilosada teoría –racional, occidental- sino herramientas, juguetes, que permiten una re-creación del mundo: cumplen una función poética en la medida que propician la dimensión simbólica de las palabras, única forma de escapar de esa prisión lingüística que es El Lenguaje. Por esa razón Cortázar se aboca a los juegos lingüísticos –ya sea en su función lúdico-humorística o en su función poética-, porque, como Wittgenstein, requiere muchos lenguajes: la chanza, el paroxismo, las variaciones idiomáticas, las palabras inexistentes y todos los mecanismos de que se sirve Cortázar responden, en última instancia, a esa voluntad de transcendencia respecto de la literatura entendida tradicionalmente. Si en Los reyes el minotauro aparecía como encarnación del poeta encerrado en el laberinto, es fácil proyectar la metáfora y  entender el juego de lenguaje como sueño icárico o hilo de Ariadna.



[1] Cortázar, J; Rayuela. Capítulo 79.
[2] Ibídem, capítulos 36, 48, 78, 79, 90.
[3] Ibídem, capítulo 90.
[4] En el capítulo 52 encontramos otro retruécano aliterativo: “Si empezaba a tirar del ovillo iba a salir una hebra de lana, metros de lana, landada, lanagnórisis, lanatúrner, lannapurna, lanatomía, lanata, lanatalidad, lanacionalidad, lananturalidad, lana hasta lanáusea pero nunca el ovillo”.
[5] Ibídem, capítulo 19.
[6] El tema es tratado en 3.2 Tres tristes tigres en la jaula verbal.
[7] Langowski, Gerald; El surrealismo en la ficción hispanoamericana, Gredos, 1982, Madrid. Pág. 138
[8] Cortázar, J; Rayuela. Pág. 614.
[9]Y os recomiendo mi método de intensificación por medio de la repetición, gracias a que, repitiendo sistemáticamente algunas palabras, giros, situaciones y partes, las intensifico forzando asimismo el efecto de unidad del estilo casi hasta los límites de lo maniático” Gombrowicz, W; Ferdydurke, Seix Barral, 2008, Barcelona.
[10] Alegría, F; Rayuela o el orden del caos, dentro de Giacomani, H (ed); Homenaje a Julio Cortázar, Las Américas, 1972, Madrid. Pág. 91.
[11] Jakfalvi, S; Prólogo a Las armas secretas.
[12] El lector de Rayuela, como el jugador de la rayuela “habrá estado en todos los casilleros y a la vez en ninguno, pues, estando en un momento en uno, lo abandona de inmediato para estar luego en el siguiente, y, por último, no haber estado en ninguno de los dos”. Además, “en la rayuela se juega humorísticamente con los conceptos de finito y infinito” y en Rayuela también, pues el capítulo 131 nos envía al 58, y este otra vez al 131 de modo que, como en la rayuela “el aparente final del juego no es sino un nuevo comienzo”. (Giordano, E; Algunas aproximaciones a Rayuela, de Julio Cortázar, a través de la dinámica del juego. Dentro de Homenaje a Julio Cortázar. Pág. 99).
[13] Capítulo 141: “lo que el libro contaba no servía de nada, no era nada, porque estaba mal contado, porque simplemente estaba contado, era literatura”.
[14] Cortázar, J; Rayuela. Capítulo 141.
[15] Antonio Pagés Larraya, en Perspectivas de “Axolotl”, cuento de Cortázar (dentro de Homenaje a Julio Cortázar) hablando del cuento Axolotl nos dice que Cortázar: “nos pone cara a cara frente a una nueva idea de la realidad más problemática y nos obliga a considerar todo lo que hay de frágil en la lengua. En algún momento el relato ofrece un apasionante tour de forcé sobre el absurdo de la expresión humana. Creo advertir en Cortázar una evidente influencia del pensamiento lingüístico de Ludwig Wittgenstein, y lo cierto es que “Axolotl” ilustra tensamente esa imposibilidad de transcendencia a través de la palabra que el pensador vienés lleva hasta la consecuencia dramática de no admitir la posibilidad de comunicación verbal profunda” (Pág. 477).
[16] Franca d’Agostino, en Analíticos y continentales, define la noción de “juego de lenguaje” en Wittgenstein: “cada enunciado debe entenderse como una “jugada” o movimiento de un juego dotado de unas reglas, cada enunciado posee un significado y se evalúa exclusivamente respecto a esas reglas. Los juegos son múltiples, diversificados, dotado cada uno de sus imprevisibles y no del todo teorizables “razones”. Por consiguiente es impensable una visión del lenguaje que especifique universalmente el uso apropiado de las palabras o las forma sintácticas que utilizamos; es también dudoso que se pueda usar el “lenguaje” en general; el uso, la naturaleza, y la realidad de los elementos lingüísticos son, en el mejor de los casos, fluctuantes”.
[17] Se cita en el capítulo 136.
[18] En el ensayo Eros Ludens: Juego, amor, humor según Rayuela de Saúl Yurkievich hay un acercamiento a Rayuela a través del erotismo: para Yurkievich el erotismo es la pieza básica para llegar a ese centro que busca Oliveria.
[19] Aparece citado en el capítulo 145 de Rayuela, y según Langowski es una de las influencias básicas a través de las cuales el surrealismo hace mella en Cortázar: la teoría de la fragmentación de Gombrowicz podría explicar por qué Cortázar habla de muchas lecturas, cuando aparentemente sólo hay dos formas relevantes de leer la novela.
[20] Tomamos el concepto de literatura entrópica que ha hecho fortuna en la crítica literaria contemporánea para designar a la corriente literaria que ha aparecido en Estados Unidos en las últimas décadas, el maximalismo de Thomas Pynchon y David Foster Wallace.
[21] Gombrowicz, W; Ferdydurke, Seix Barral, 2008, Barcelona. Págs. 10-11.
[22] Para este análisis parto del estudio de Enrique Giordano, Algunas aproximaciones a “Rayuela”, de Julio Cortázar, a través de la dinámica del juego  (se encuentra dentro de Homenaje a Julio Cortazar).
[23] Giordano, E; Algunas aproximaciones a “Rayuela”, de Julio Cortázar, a través de la dinámica del juego (dentro de Homenaje a Julio Cortazar). Pág. 100.
[24] Cortázar, J; Rayuela. Capítulo 84.
[25] Ibídem, capítulo 66: <<En el fondo sabía que no se puede ir más allá porque no lo hay>>. La frase se repite a lo largo de toda la página, dando la impresión de un muro, de un impedimento. No hay puntos ni comas ni márgenes. De hecho un muro de palabras ilustrando el sentido de la frase, el choque contra una barrera detrás de la cual no hay nada. Pero hacia abajo y a la derecha, en una de las frases falta la palabra lo. Un ojo sensible descubre el hueco entre los ladrillos, la luz que pasa”.