12.25.2011

La gran resaca

«¿Cómo podría empezar este capítulo?
Les brindo unas cuantas variaciones,
para que puedan ustedes elegir
Vladimir Nabokov, Desesperación

Primera variación: entre la afirmación de Kafka que «un narrador no puede hablar sobre el hecho de narrar. O narra o calla, eso es todo» y la de Barthes, según la cual «lo que se cuenta es el contar» se halla un abismo que separa dos formas de entender la literatura.
Segunda variación: "entretener" no es una categoría estética. Véase la distinción entre agradable y bello. Si ustedes la revisten de lenguaje neomoderno, la adornan considerablemente con una teoría hermenéutica que sustraiga al concepto de su contexto, y la guarnecen con un populismo que apele a la indistinción entre alta y baja cultura  que la posmodernidad presuntamente trajo consigo, sustentando el esperpento teórico en un nihilismo estructural disfrazado de teoría de la recepción estética, el resultado es una muñeca hinchable ataviada de gran dama que sólo va a traer problemas. En otras palabras: acabaran ustedes como Wilt, el personaje de Tom Sharpe.  
Tercera variación: «A decir verdad, casi no podía recordar nada de lo que sucedió después que salté de la cama. Debió de ser un día como tantos otros. Hace tiempo me contaron un chiste: un hombre va al médico y éste le pide que le describa sus actividades diarias. El paciente empieza: "Me levanto, me lavo los dientes, vomito, me lavo la cara..". "¿Vomita cada día?", le interrumpe el médico. "¡Claro, doctor!", responde el paciente. "¿Usted no?". Pues ese hombre soy yo». (Los tipos duros no bailan, Norman Mailer)
Cuarta variación (y última): Wolfgang Iser distingue entre texto y obra. El texto es considerado como pura potencialidad, mientras que la obra es considerada como conjunto de sentidos constituidos por el lector a lo largo de la lectura. Así, la estructura de un texto no determina el sentido, sino únicamente el ritmo: de lo que se trata es de la proyección de sentido, la actualización constante de expectativas que permiten la comprensión.
            La búsqueda de unidad del sentido, ya sea en la parte o en el todo (véase circulo hermenéutico), puede darse en dos direcciones: como movimiento dinámico horizontal o como movimiento dinámico vertical. El primero -horizontal- comprende la sucesión de sentido provisional, es la génesis de una expectativa a partir de ese sentido latente; el segundo -el vertical- trata de constituir un sentido de orden superior sobre la base de unidad de sentidos inferiores.
La proyección de sentido, la revisión de las expectativas, lleva a la confirmación posterior o a la defraudación.
*
La gran resaca es aquella que provoca una constante defraudación de toda expectativa. Análogamente podemos entender la "novela negra" de Mailer, Vian y Pynchon como la gran resaca de la novela negra. Me explico.
            Lejos de disponer un relato bien estructurado que convoque una maraña de hechos ambiguos, personajes sombríos y ambientes lúgubres, acudiendo al decálogo básico de este género, no es que nuestros autores se olviden del hecho que la baza principal de esta literatura consiste en la ocultación y desocultación del sentido, la desviación continua de la trama, la refractación caleidoscópica que han de ofrecer los testimonios. La deformación es buscada, la negación de sentido y la defraudación son constantes y constitutivos.

            El punto de inflexión es la cuestión del narrador. Norman Mailer, como hemos visto en la tercera variación, se sirve en Los tipos duros no bailan de un narrador que despierta de su gran resaca, viéndose envuelto en un doble asesinato del cual no sabe ni tan sólo si él es el culpable. Adoptando el papel de narrador, actor, voyeur y comentarista, Tim Madden se lanza a resolver "el misterio".
            La subasta del lote 49 o Vicio propio de Pynchon están narrados por una tercera persona extradiegética, pero el papel de este narrador casi queda reducido a meras y extrañas acotaciones al diálogo del aparador de personajes que hacen acto de presencia en las narraciones. En Vicio propio es el detective privado Doc Sportello quien -en Los Ángeles de finales de los sesenta- persiguiendo a una antigua novia, que se prefigura como una suerte de femme fatale, se ve envuelto a un delirante trama que cristaliza el ecléctico imaginario de Pynchon:
«Ahora lo único que vemos son polis, la tele está saturada de mierdosas series de polis, que parecen tipos normales, que sólo quieren hacer su trabajo, gente corriente, que no suponen más amenaza para la libertad de nadie que un padre en una sitcom. Pues vale. Los espectadores están tan contentos con la pasma que ruegan que por favor los detengan. Adiós, Johnny Stacatto, bienvenido, Steve McGarret, y ya de paso, por favor, echa mi puerta abajo a patadas. Mientras tanto, aquí, en el mundo real, la mayoría de los sabuesos privados ni siquiera sacamos para pagar el alquiler».
No cambia mucho la cosa en Que se mueran los feos, de Boris Vian. Es narrada por un joven perfecto, un Pat Bateman virgen que quiere seguir siéndolo a toda costa. El primer capítulo (paradójica e irónicamente intitulado "Todo comienza con calma") empieza como sigue:
«Recibir un golpe en la cabeza, no es nada. Ser drogado dos veces seguidas en una misma noche, se puede aguantar...Pero salir a tomar el aire y encontrarse en una habitación desconocida, con una mujer, ambos como Dios nos trajo al mundo, ya se pasa un poco. En cuanto a lo que me sucedió después..Pero creo que será mejor que comience por el principio, por la primera noche. Una noche de verano, para ser exactos. La fecha importa poco
            Esta suerte de juegos narrativos, evidentemente, no son nuevos. No son éstos los primeros narradores de cuyas situaciones no quieren o no pueden acordarse. Lo que es, si no nuevo, al menos constitutivo de estas novelas es la frustración de expectativas, la cancelación de toda proyección de sentido. No se trata de entretener, de captivar el lector, de engancharle -esa palabra maldita- sino de confundirlo, extraviarlo hasta el hastío: negar toda reducción de la multiplicidad a la unidad, la perfecta antítesis de una estética racionalista a lo Baumgarten.

             El juego detectivesco deviene entonces un juego narrativo, la cuestión se desplaza -en un plano banal- hacia la afirmación de Barthes: se cuenta el contar. Lejos de un styling rebuscado, de pretenciosos marcos metanarrativos, la novela se concibe como una gran resaca, la metáfora más exacta para definir la desorientación, la superposición grotesca de escenarios narrativos, las confabulaciones sectarias y las conspiraciones pynchonianas, ya sean del sistema postal o de El colmillo dorado.
« -Seguramente es verdad -dijo Doc-, pero uno no siempre puede culpar a los zombis de su estado, no es como si hubiera asesores de orientación laboral que anduvieran por ahí diciendo: "Eh, chico, ¿te has planteado alguna vez tus oportunidades profesionales con los no muertos?"» (Vicio propio, Thomas Pynchon)

12.19.2011

el entusiasmo por los acontecimientos y su represión




UdG, 16-12-11. Visita d'Artur Mas a la Universitat de Girona

«Pensamos solamente en lo que significa la incertidumbre de una insurrección; la espera ansiosa del éxito o fracaso de una manifestación. (...) Sí, el tiempo real de la verdadera política es el presente, la intensidad excepcional que otorga al presente el no encontrarse más en el surco de las costumbres, de los pequeños goces y rivalidades secundarias en las que la vida se atasca tal y como el Estado lo estima. La pasión de la política no tiene por afecto la representación llamada "utópica" de un porvenir glorioso. Al contrario, su afecto se relaciona con los eventos imprevisibles, la mágica estupefacción de que haya tenido lugar este o aquel encuentro improbable, de que esta o aquella consigna haya sido encontrada, en una lengua a la vez dura y clara, con ocasión de una reunión improvisada. »
(Alain Badiou, El ardor revolucionario es el entusiasmo por los acontecimientos)

12.11.2011

el verdadero heroísmo: hastío, hiperconsciencia y angustia en El rey pálido

Siempre he confesado mis extraordinarias dificultades para escribir acerca de aquellos autores que más me fascinan, lo cual quizá se deba -como escribe Pola Oloixarac- a lo difícil que es «disociar sensatez y sentimiento ante un contemporáneo, aún más si el contemporáneo en cuestión nos parece primo de alguna especie secundaria de Tyranosaurus Rex». Escribir sobre El rey pálido, la novela póstuma de David Foster Wallace, constituye para mí una traviesa tentación a la vez que una inveterada incertidumbre. Hasta aquí la captatio 
                                                            *
            El rey pálido es la caja negra que nos ha legado DFW, pues en ella se recogen las principales trazas de toda su obra anterior: transitando por su claustrofóbico monólogo accedemos a las galerías de un excéntrico laberinto narrativo que nos remite incesantemente a lugares conocidos. Desde las hilarantes conversaciones de Entrevistas breves con hombres repulsivos a las recursividad psicológica que encontrábamos en La persona deprimida o El neón de siempre. La profusión de escenas breves cargadas de un ludismo exacerbado se combinan con pasajes superpoblados de datos intrascendentes, mastodónticas construcciones e infinitas descripciones anodinas que nos transmiten ese significado prístino, primigenio del aburrimiento que DFW parece vanagloriar: ab horrere.

            La principal aportación del libro al conjunto de sus escritos es la entronización del aburrimiento como anatema estético. Si bien estaba ya prefigurado en algunos pasajes de La broma infinita (por ejemplo, en las exasperantes y bellas descripciones de las reglas del Escatón) aquí DFW explicita ese paso, y se propone como objetivo programático la construcción de un universo diegético propicio: sitúa la acción en la Agencia Tributaria de Peoria, molde preeminente de un espacio burocrático y anhedonico.
            El tedio, el hastío, la reproducción obsesiva y mecánica de lo mismo. En una perversa inversión de lo que disertara Montaigne, lo natural es aquello normal, la ordinario, lo inadvertido. Haciendo una transposición ideológica, podemos entender el tedio como una forma de angustia existencial: a diferencia del miedo, la angustia no requiere de un objeto, no nace de la consciencia o  la autonconsciencia, sino de la hiperconsciencia. Esta forma de suifagia, ese "tragarse a uno mismo" se revela en los pensamientos hipertróficos de los personajes, en su confrontación con la mirada del otro.
            No es mi pretensión leer en clave existencialista El rey pálido, pues no hay en él propiamente angustia existencial, sino cierta ominosa autocomplacencia en la angustia existencial. No en vano DFW sitúa la acción en los años 80, en el triunfo del pensamiento neoliberal de Reagan y Thatcher: asistimos a la consolidación del capitalismo posindustrial iniciado en los sesenta, la concreción de una nueva epistemología del yo[1] que invita a la creatividad humana a la vez que impone el yugo de la optimización, a un enfriamiento de las emociones y a una emocionalización de la ideología empresarial. Sería posible descomponer los personajes de DFW en una madeja de categorías sociológicas, filosóficas y políticas, pues encarnan de un modo singular la sociedad de control psicofarmacológica, así como la aparición de un individualismo somático, el hedonismo social y la preponderancia de la publicidad como motor del deseo:
«Lo más seguro es que la cosa empiece con Rousseau y la Carta Magna y la Revolución francesa. Este énfasis en el hombre como individuo y en los derechos y prerrogativas del individuo en lugar de sus responsabilidades. Pero luego vienen las corporaciones y el marketing y la publicidad y la creación  de deseo y de la necesidad de alimentar la producción frenética, y esa manera en que la publicidad y el marketing modernos seducen al individuo complaciendo los pequeños engaños mentales con los que desviamos el horror de la pequeñez y la transitoriedad personales, permitiendo la ilusión de que el individuo es el centro del universo y es lo más importante que existe; me refiero a individuo individual, al tipo pequeño que mira la tele o escucha la radio o hojea una revista satinada o mira una valla publicitaria o entra en contacto de cualquiera de un millón de maneras distintas con la gran mentira de Burson-Marsteller o de Saatchi&Saatchi, el hecho de que él es el árbol, de que su responsabilidad primera es para con su propia felicidad, de que todos los demás no son más que una enorme masa gris y abstracta y de que su vida entera depende de destacarse de ellos, de ser un individuo, de ser feliz[2]
            No me abocaré a semejante extrapolación, aunque es interesante ver como DFW se acerca a esta situación, pues la denuncia sistemática del estado de cosas es la tónica predominante de toda la literatura posmoderna de la cual los escritos de DFW pretenden ser una asimilación y superación. Así, el sarcasmo y la ironía aparecen como paradójica punta de lanza de su estética. Juan Francisco Ferré en Mimesis y simulacro, analiza su obra desde esta coyuntura: «Primer bucle de W: cómo abandonar el uso constante de la ironía, propio de la cultura pop, sin renunciar a los beneficios terapéuticos de la misma. Cómo construir una alternativa creíble, de vanguardia o avanzada, a las imposiciones irónicas o metairónicas de la cultura mayoritaria sin producir una regresión cultural y literaria ni dar la razón a los críticos conservadores que se complacen con el éxito de cualquier anacronismo estético[3]
            Este bucle del que habla Ferré se jugaría a nivel estético: la innovación -fundamento clave del capitalismo avanzado- frente a la obliteración (y las contradicciones culturales derivadas) conservando la ironía como único chivo expiatorio. Si nos acogemos a la interpretación marxista del posmodernismo realizada por Jameson, vemos como éste trata de comprender los acontecimientos culturales a partir de las formas de actividad económica: para Jameson todo texto es fundamentalmente una fantasía política que articula de forma contradictoria las relaciones sociales reales y potenciales que constituyen a los individuos en una economía concreta.[4]  
                                                                                    
                La cuestión es, entonces, comprobar de qué modo DFW se sitúa en un interregno en que asimila la ironía posmoderna para con la sociedad a la vez que antepone una distancia crítica hacia esa percepción. ¿Es la entronización del tedio como anatema estético una marca de voluntad regresiva? ¿O es, más bien, otra vuelta de tuerca a la ironía posmoderna, llevando el bucle estético y cultural al límite?
            En suma, podemos entender El rey pálido como historia radicalmente concentrada de la era posindustrial: una suerte de Fenomenología del espíritu hegeliana, donde la razón posmoderna deviene hiperconsciente. La paradójica relación con la ironía, la toma de consciencia lingüística, el retrato de una sociedad psicofarmacológica y una cultura subyugada a la economía, redundan en la insurrección del tedio, el hastío, el aburrimiento; ese constreñimiento de los cuerpos por las almas que invita al "verdadero heroísmo":
«el verdadero heroísmo es incompatible a priori con el público o con los aplausos o incluso con la mera atención del hombre de la calle. De hecho -dijo-, como menos convencionalmente heroico o emocionante o llamativo o incluso interesante o cautivador parece ser un trabajo, mayor es su potencial para convertirse en escenario del heroísmo verdadero»[5].



[1] Me refiero aquí a la aparición de un ethos terapéutico producto de los discursos de la psicología clásica, el psicoanálisis, la literatura de autoayuda y new age, el cine, la televisión etc. Esta tesis es defendida por la socióloga Eva Illouz, y parece ser respaldada por las concepciones biopolíticas de autores como Nikolas Rose.  
[2] Foster Wallace, D; El rey pálido. Modadori, Barcelona, 2011. Pàg. 157.
[3] Ferré, J; Mimesis y simulacro, e.d.a libros, Málaga, 2011, pág. 270.
[4] Jameson, F; La estética geopolítica.
[5] Foster Wallace, D; El rey pálido. Pàg. 241

12.03.2011

David Cronenberg: la poética de la carne

Apuntes para hilvanar una mitografía del cine de Cronenberg.

1) Introducción: el hombre, un abismo
• Hombre. (Del lat. homo, -ĭnis).1. m. Ser animado racional, varón o mujer.
(Diccionario de la Real Academia Española)

• «Seguramente, de todos los entes, el más dífícil de pensar para nosotros sea el animal, porque de un lado le estamos ciertamente emparentados, pero del otro está separado de nosotros... por un abismo»
(Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo)

• «Su situación en ese instante era la situación de un hombre parado sobre un terrible precipicio en el momento en que la tierra se abre debajo de él, ya oscila, ya se mueve, y por última vez se sacude, cae, lo arrastra el abismo, y mientras tanto el infeliz no tiene fuerzas, ni firmeza de ánimo para saltar hacia atrás, apartar sus ojos del precipicio abierto; el abismo lo arrastra y él salta, finalmente, en él, apresurando él mismo el minuto de su muerte»
 (Fiódor Dostoievski, El doble)


• «No he aspirado más que a la relojería del alma, no he transcrito más que el dolor de un abortado ajuste. Soy un completo abismo. Los que me creían capaz de un dolor entero, de un bello dolor, de carnosas y plenas angustias, que son una triste mezcla de objetos, una trituración efervescente de fuerzas y nunca un punto suspendido (..) están perdidos en las tinieblas del hombre»
(Antonin Artaud, El pesanervios)
2) El animal
• «Homo sapiens no es, pues, una sustancia ni una especie claramente definida; es, antes bien, una máquina o artificio para producir el reconocimiento de lo humano. Según el gusto de la época, la máquina antropogénica (..) es una máquina óptica (..) constituida por una serie de espejos en los que el hombre, al mirarse, ve la propia imagen siempre deformada con rasgos del mono»
(Giorgio Agamben, Lo abierto)

La mosca (1986)

• «no se trata aquí, sin embargo, de delinear los contornos ya no humanos y ya no animales de una nueva creación que correría el peligro de ser tan mitológica como la otra. En nuestra cultura, el hombre –lo hemos visto- ha sido siempre el resultado de una división y, a la vez, de una articulación de lo animal y de lo humano, en que uno de los dos términos de la operación era también lo que estaba en tela de juicio. Hacer inoperante la máquina que gobierna nuestra concepción del hombre significa por tanto no ya buscar nuevas –más eficaces o más auténticas- articulaciones, como exhibir el vacío central, el hiato, que separa –en el hombre- al hombre y al animal, aventurarse en este vacío: suspensión, shabbat tanto del animal como del hombre»
(Giorgio Agamben, Lo abierto)

• «el devenir animal del hombre, y en el hombre, significa – y exige- la disolución del nudo metafísico presente en la idea y en la práctica de la persona, a favor de un modo de ser hombre, ya no en camino hacia la cosa, sino finalmente coincidente sólo consigo mismo»
(Roberto Esposito, Términos de la política)

3) Fantasmafísica

Un método peligroso (2011)
• «Las tres fuentes de donde proviene nuestro sufrimiento: la supremacía de la natura, la debilidad de nuestro propio cuerpo y la insuficiencia de las estructuras que regulan las relaciones de los humanos entre ellos, en la familia, el estado y la sociedad».
(Sigmund Freud, El malestar en la civilización)
• «El hombre animal sólo deviene humano mediante una transformación fundamental de su naturaleza, una transformación que no sólo afecta los objetivos instintivos sino también los 'valores' instintivos, es decir, los principios que rigen la consecución de los objetivos
(Herbert Marcuse, Eros y civilización)
4) El sexo

•  «En última instancia lo que amamos es nuestro deseo, no lo deseado»
(Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal)

• «Y sin embargo, mira qué débil que soy, un soplo; sólo soy la mirada que te ve, sólo este pensamiento incoloro que te piensa. ¡Ah! Esas grandes manos de hombre que se abren. ¿Pero qué esperas? Los pensamientos no se atrapan con las manos
(Jean-Paul Sartre, A puerta cerrada)

Crash (1996)

•  «El erotismo es, creo yo, la ratificación de la vida hasta la muerte
(Georges Bataille, La literatura y el mal)

• «No hemos liberado la sexualidad, sino que la hemos llevado, exactamente, hasta el límite»
(Michel Foucault, Prefacio a la transgresión)
5) La violencia
«O bien se desencadena el mecanismo victimario y su unanimidad elimina a todos los testigos lúcidos, o bien no se desencadena, y los testigos permanecen lúcidos, pero no tienen nada que revelar»
(René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago)

Una historia de violencia (2004)


«¡Qué voluptuosidad la de destruir! No conozco nada que acaricie más deliciosamente; no existe éxtasis comparable al que se saborea entregándose a esa divina infamia»
(Sade, Justine)
«el poder eres tú, pero tú no eres el poder. El poder te atraviesa como una corriente eléctrica, cruza tu cerebro como una tormenta y magnetiza cada una de tus aleladas neuronas, pero tú no le controlas. Él te controla a fondo y tu capacidad para sobrevivir radica en tu flexibilidad para sonreírle»
(Juan Francisco Ferré, Providence)
6) Coda: el hombre
«Ahora comprendo la muerte; no creo que me haga mucho daño. He conocido el odio, el desprecio, la decrepitud y otras muchas cosas; incluso breves momentos de amor. De mí no quedará nada, y no merezco que nada me sobreviva; habré sido un individuo mediocre en todos los aspectos».
(Michel Houellebecq, Plataforma)
«El mal, considerado sinceramente, no es sólo el sueño del malvado, sino que en cierto modo es también el sueño del bien. La muerte es el castigo, buscado y aceptado, de ese sueño insensato, pero nada puede impedir que ese sueño sea soñado».
(Georges Bataille, La literatura y el mal)
«Nadie se acuerda del alma, ese viejo dispositivo de conocimiento y reconocimiento, y todos sus accesorios culturales y morales labrados a lo largo de siglos de distintas civilizaciones. Que yo, de entre todas las criaturas de este mundo, tenga que proclamar esa verdad esencial. Parece mentira. Así va el mundo, hacia su destrucción manifiesta, que no será, pobres poetas, pésimos inventores, un Apocalipsis espectacular, una gran fiesta con fuegos artificiales místicos y revelaciones transcendentales en un cielo digitalizado, sino una caída completa en la banalidad, un ocaso de la grandeza, un hundimiento total de la vida en su sentido moral y un eclipse de la inteligencia en las simas de la trivialidad más absoluta y absorbente, como un programa de televisión eterno»
(Juan Francisco Ferré, Providence)

Videodrome (1983)