4.13.2012

Inmigración, ciudadanía y democracia (I)


Terry Eagleton, en Después de la teoría, reflexiona sobre los mecanismos de exclusión e inclusión de una sociedad, lanzando una irónica invectiva contra aquel pensamiento que aborda el fenómeno de la inmigración reivindicando la marginalidad como enclave estratégico desde el cual presentar resistencia y socavar el sistema: se pregunta, con Groucho Marx, «¿quién querría estar incluido, en todo caso, en este montaje?». La retórica de Eagleton carga sus tintas contra aquello que él, a grandes rasgos, llama "la teoría", término con el cual se refiere al pensamiento filosófico y al movimiento cultural que va de los años 60 franceses y la contracultura americana hasta el triunfo, ya a finales de los 70 y principios de los 80, del pensamiento neoliberal. Al parafrasear a Groucho Marx, lo que se está poniendo en cuestión es la reivindicación que "la teoría" hace de la marginalidad, del nomadismo, de la no identidad o de los umbrales de una sociedad.
            Podemos identificar claramente los pensadores que hacen de sparring de Eagleton: los nombres de Deleuze, Foucault, Derrida, Barthes o Blanchot están detrás de algunos de los términos contra los que Eagleton arremete. Aquello que les critica es que «si la marginalidad es un lugar tan fértil y subversivo como los pensadores posmodernos parecen sugerir, ¿por qué iban a abolirla?». Aquí está operando de fondo el marxismo de Eagleton, lo cual le lleva a extender el argumento: para él, el problema es que seguimos pensando en los márgenes de una sociedad como minorías. Aun así, en los márgenes no encontramos solamente a inmigrantes, sino a todos aquellos que, de una forma u otra, son reconocidos como el Otro. Para Eagleton el culto de la diferencia, del exilio o del inmigrante como referentes de libertad y movilidad sigue manteniendo la oposición binaria, excluyente, que iría contra aquello mismo que pretendidamente se defiende.

            Es posible, en este contexto, trazar una conexión entre identidad y marginalidad: el problema de la inmigración no sería una cuestión aislada, de minorías, propia del fenómeno migratorio y que se circunscriba a este, sino que -más generalmente- hace referencia a un problema de reconocimiento social. Manuel Delgado, en su artículo ¿Quién puede ser "inmigrante" en la ciudad?, parece propiciar esta interpretación: se ocupa del inmigrante como construcción social, imaginaria, de realidad ectoplasmática. Esto, como avisa, no es una forma de devaluar la envergadura del problema, de menospreciarlo a base de conceptualizarlo: al contrario, al ser una ficción que puede encarnarse en diferentes actores sociales, implica que se intensifique su realidad.

            Delgado se está sirviendo de la idea de Deleuze de "personaje conceptual": inmigrante no es aquel individuo sometido a ciertos avatares biográficos, sino que es una categoría -un concepto identificante- que señala a ciertos individuos, estigmatizándolos y incluyéndolos al sistema matizadamente[1]. En este sentido, cabe retornar a las palabras de Eagleton, quien afirma que «el capitalismo es un credo impecablemente incluyente: no le importa a quién explota. Es admirablemente igualitario en su buena disposición para menospreciar sin más a cualquiera. Está dispuesto a codearse con cualquier antigua víctima, por poco apetecible que sea».

            Por lo tanto, no podemos afirmar que el inmigrante sea alguien que no está incluido en el sistema o, más bien, en el territorio (Estado-nación); no es nadie a quien se deje fuera. Acertadamente, Delgado señala que es un mecanismo que funciona en el imaginario social y que, a la práctica, se traduce en técnicas biopolíticas de exclusión inclusiva: el inmigrante, como figura imaginaria, es algo que se excluye, que se repudia, pero, en tanto que fuerza de trabajo -en tanto que material maleable- es incluido.


            Entonces, es posible entrever como la definición conceptual del inmigrante -en lo que llamaremos reconocimiento social- se juega su estatus legal, sus derechos y sus libertades. Hablar del inmigrante imaginario no es una cuestión de academicismo, de filisteismo ilustrado. En este sentido, podemos remitirnos a las palabras de Isaiah Berlin, quien -en su célebre Dos conceptos de libertad- pone de manifiesto la relación existente entre libertad y reconocimiento social, afirmando que «basta con manipular la definición de hombre y podrá hacerse con la libertad de aquel lo que el manipulador quiera».

            Hechas estas consideraciones, podemos volver a la reivindicación de Eagleton según la cual uno de los problemas que tenía el pensamiento postmoderno de los 60 era seguir considerando los márgenes de la sociedad como minorías: el espíritu marxista del inglés lo lleva a reivindicar que en los márgenes de la sociedad no encontramos solamente a inmigrantes, sino también a ciertos ciudadanos -los trabajadores, "la clase obrera"- que no son precisamente pocos. Así las cosas, aquí no nos interesa tanto discutir sobre qué individuos formarían parte o no de los márgenes, sino ver -con Delgado y Berlin- que no hay una diferencia esencial entre inmigrantes y autóctonos, que no es -como apunta Eagleton- una cuestión binaria entre el Mismo y el Otro, sino un espectro de matices construido humanamente, que depende del aparato conceptual, de los mecanismos de jerarquización social, de definiciones consensuadas.

            Si nuestro punto de vista se centra en el reconocimiento social como fenómeno performativo de creación de identidad, que vincula la categorización social con la praxis, con la determinación efectiva de derechos y libertades, entonces, es más comprensible el paso que autores como Antonio Campillo y José Antonio Zamora; un paso que consiste en extender la reflexión sobre la inmigración a los conceptos de "ciudadanía" y "democracia".



[1] El inmigrante es visto como una figura que está atrapada en el ritual de paso, y queda conformado en el imaginario social bajo características negativas que lo estigmatizan: es visto como extranjero, intruso, pobre, inferior culturalmente, numéricamente excesivo y como peligroso.

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