12.06.2012

«Contigo sí»: amor, razón e ironía en Mujeres, hombres y viceversa (I)


"Y mientras él hablaba yo estaba pensando:
qué historias nos montamos sobre la vida,
qué vida nos montamos con las historias."
La contravida, Philip Roth


Encabezar una reflexión sobre Mujeres y hombres y viceversa -de ahora en adelante MYHYV- con una cita de Roth en la que se exhorta la bidireccionalidad de la narración y la vivencia puede no parecer paradójico. Dada su condición de reality show, la dicotomía realidad/ficción, como también las oposiciones verdad/falsedad, vida/historia o objetividad/simulacro, son segregadas irremediablemente. La espectacularización de la -supuesta- intimidad, la tropología que exige toda narración (en este caso televisiva), así como un sinfín de razones que aquí es preciso soslayar, constituyen los componentes sine qua non es pensable el concepto mismo de reality show.


            Para los legos en el programa televisivo en cuestión -ése rito iniciático de la imaginería choni y la estética del Homo Inditex -, para los ínclitos ascetas que, como Vargas Llosa, piensan que la cultura está en decadencia y por ese motivo  rehúyen enardecidamente  los reality shows -identificándolos como epitomes de esa desviación perversa de las almas endebles a las fáusticas promesas de la TDT-, para todos ellos, íbamos diciendo, trazaremos parcamente un esbozo del funcionamiento del programa, para pasar luego a devanar algunas de las características que -desde un punto de vista sociológico- es posible señalar en relación a la concepción del amor que subyace como realidad ulterior del circo mediático y que -podemos aventurar- es la explicación última de la excepcional recepción del programa.


Cosmología y verdad en MYHYV

La mescolanza de elementos que conforman el mundo de MYHYV es inabarcable: como toda cosmología que se precie, está dotada de una heterogeneidad de elementos estructurales que más les gustaría a esos payasos de Gandía Shore. Es por esto que aquí vamos a trazar una descripción necesariamente sesgada: sirva esto de aviso al lector, a la vez que de pequeña captatio. Perdónesenos entonces la laxitud que nos tomamos al prescindir de explicar en detalle, por ejemplo, la función para nada desdeñable de Lucía La Piedra a.k.a Míriam Sánchez y su acólito Pipi Estrada.

            La mecánica de MYHYV es la siguiente: un hombre (o una mujer, aquí siempre es  y viceversa) es elegido por el programa como tronista. Este rey, electo por un equipo de guionistas, recibe el susodicho título nobiliario, el cual lo imbuye de poder para ejercer el rol de administrador en un harén de aproximadamente diez mujeres, las cuales participan voluntariamente con el objetivo de conquistar, cual pequeños trovadores de la poligonera lírica del perreo, el amor incondicional de su rey y llevárselo a ese metafórico y sacrosanto huerto. Así, y contradiciendo el dictum clásico, según el cual de gustibus non disputandum est, el desarrollo del programa consiste en un toma y daca entre la libidinosa plebe que, de un lado, hace honor a la descripción del estado de naturaleza hobbesiano al enfrentarse individualmente a sus congéneres, conducidos por sus más básicos instintos y un irrefrenable deseo de hacerse con su priápico trofeo, mientras que, del otro lado, cada pretendiente muestra una servidumbre bíblica a su patriarca, guardándose su virginidad mediática -pues acostumbra a ser la única que le queda- , para obnubilar al Dios pedestre, terrenal y salido de una sesión de body gym, tratando -en último término- de conseguir sus amorosos favores en el espacio liminal y consensuado de Las Citas.


Este vodevilesco game of thrones tiene como ring el plató televisivo: es necesario acometer su descripción cartográfica para comprender acertadamente el funcionamiento del programa y el sentido verdadero de Las Citas. En el centro del plató nos encontramos con los tronos, alrededor de los cuales se distribuyen unas gradas donde los pretendientes se agolpan como espectadores privilegiados, sujetos y objetos del devenir amoroso. Esta pista central está custodiada por unas gradas aún mayores que, en forma de anfiteatro, acogen al público  -el cual, podemos adelantarlo, tiene un papel activo en el acaecer de los acontecimientos-. And last but not least, debe destacarse el simulacral backstage: los protagonistas pueden acceder a las bambalinas televisivas para apartarse de la rabiosa mirada del Otro, el Espectador Presente y Activo, para sincerarse y abandonarse a la paradójica intimidad que les concede la omnímoda mirada del objetivo de la cámara -vestigio analógico de su visibilidad nacional-. Este ardid narratológico permite (re)presentar el trascenio como un espacio de verdad que ocupa un lugar central en la construcción de la trama.

            Si bien hasta ahora hemos reflejado el funcionamiento del mundo terrestre, del aparente centro de gravedad, no debemos detenernos aquí: el plató es solamente el benemérito templo en el cual los humanos disputan acerca de La Verdad, de las revelaciones que han experimentado cual Santa Teresa en éxtasis: a través de confidencias y rumores, se da cuenta de las sensaciones que tienen sus protagonistas, de los Hechos y los Sentimientos, así, en mayúscula. Pero nos preguntamos nosotros, como se ha preguntado la tradición filosófica al largo de la historia, ¿qué es la realidad? ¿es posible la autenticidad afectiva?¿Es este mundo, Nuestro Plató, solamente el proscenio de un noúmeno oculto e inaccesible? La realidad, claro está, siempre es algo que está más allá: son Las Citas.



            Los tronistas, pues, deben citarse cada semana con alguna de sus pretendientes, para así ir conociendo e interactuar con sus posibles parejas. Las citas, que se realizan fura del plató, constituyen otro de los espacios de verdad. Es en ellas donde los protagonistas pueden desenvolverse con naturalidad, ser ellos mismos, y no dejarse amedrentar por su entorno, no impostar su carácter, no actuar para las cámaras. En lo que consiste un salto gestáltico, las citas son vistas como un lugar para la intimidad, donde estamos solos tu y yo (y el cámara, el micro, el ayudante de cámara, el director de fotografía, ese tipo que lleva los donuts y la novia del ayudante, porque le hacía gracia venir).

            Presentada la geografía básica del plató (y sus extramuros), es necesario atender a los personajes estáticos que se mantienen allí perennemente. En primer lugar, y brevemente, podemos ocuparnos del papel del público: una caterva de homos sentimentalis entre los cuales encontramos una serie de personajes que trabajan para el programa. Su función, simple, es la de opinar acerca de aquello que ven. Juzgar como juzgan los espectadores en casa: precisamente ése es su papel, el de conseguir que el receptor se vea inmiscuido. Además, está visión está reforzada por el hecho que tronistas y pretendientes son, como Ulises en la cueva del cíclope, Nadie. Son ése Nadie, como tú y como yo, que ha accedido a la fama, que ha excedido sus minutos warholianos de gloria televisada, y que de este modo perverso y cañí ha transformado y adaptado el american dream de la ascensión social.

            En segundo lugar ha de destacarse el papel crucial de la presentadora, Emma García. Esta, lejos de ocupar un lugar visible y central, la posición geopolítica que le permitiera moderar los intercambios verbales de los protagonistas, la encontramos sentada en las gradas. Es más: está sentada en las escaleras para acceder a las gradas. Esta disposición táctica responde a la voluntad de ceder a la realeza y su séquito la atención del objetivo de la cámara, a la vez que para difuminar su voz entre las del público, como diciendo "Eh, que yo soy una más; Eh, que yo solo soy un mero observador". Está calculada humildad tiene la función de acumular rédito para su papel esencial: no el de Dios todopoderoso y omnisciente, que es capaz de poner y disponer a su inefable voluntad; no crea ex nihilo, ayudada por sus demiurgos-guionistas, las relaciones que van a establecerse; no detenta, tampoco, el poder del sacerdote, pues su campo de acción no se limita al finito poder de administrar el reino de Dios en su beneficio, y perdonar los pecados de su pastoral.


            Entonces, ¿cuál es el papel de Emma? Es el de Hermes, Dios mensajero. Su función es análoga al del pequeño dios olímpico: trasladar los mensajes de los Dioses a los hombres (y mujeres y viceversa).  No nos referimos solamente a la banal función de poner en conocimiento de los participantes lo que la Dirección Del Programa decide, información que le llega por el pinganillo-oráculo. Para eso no se necesita un Dios alado, eso lo podría hacer cualquiera, ¡hasta una voz en off! ¡quizá podría el mismísimo Constantino Romero! Pero no, vade retro Constantino, porqué su papel fundamental, y ahí vamos ya entrando en materia, es el de traducir a los participantes los mensajes encriptados que el Dios Amor les deja caer y que ellos, ciegos como Edipo, son incapaces de ver, obnubilados como están por encontrar el destino en la fisonomía de aquellos que los rodean.

            No en vano lo que se ha llamado hermenéutica -desde las elucubraciones bíblicas y la desambiguación de textos legales a la disciplina filosófica- toma su nombre de Hermes. El papel de Emma es el interpretar el mensaje oculto en los signos, el de actualizar el sentido de conjunto, el de hacer emerger el horizonte de significación. Su trabajo, en otras palabras, es explicitar, dar consistencia narrativa. Como un experto psicoanalista, se dirige a tronistas y pretendientes diciéndoles, con Lacan, que ellos precisamente saben mucho, sólo que igual que con el inconsciente, no saben que lo saben.  Como un adiestrado funambulista, Emma García sortea la voluntad de los protagonistas, arrincona la herética autoría de estos sobre sus propias palabras, y imbuye con un nuevo sentido cada una de las construcciones verbales. Todos los capítulos diarios aparecen como una clase magistral de estética de la recepción: lo que teorizarán Eco, Jauss o Iser parece un injerto teórico innecesario, puesto que Emma, con radicalidad postmoderna, hace bandera de la muerte del autor, erigiéndose como lector todopoderoso (y, en su caso, como único lector). A lo que los protagonistas sólo pueden responder con un ligero movimiento de cabeza como diciendo "pues esoh mimo quería decí yo". La verdad, esta vez, no se encuentra en un espacio concreto, sino que nos es revelada. 

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