2.02.2012

Notas sobre la subjetivización de la estética: una lectura gadameriana de Kant y Schiller. Primera parte.

1. Introducción: la subjetivización de la estética
Umberto Eco propone en Obra abierta (1962) un concepto de obra de arte que ya no consiste en un artefacto perfecto e inalterable, surgido de un desarrollo intelectual y abocada al mundo para que éste la contemple. Sustituye esta anquilosante concepción tradicional por una visión de la obra como suma de posibilidades de interpretación. De modo semejante, Hans Robert Jauss y Wolfgang Iser desarrollaron -a la estela de la filosofía hermenéutica de Gadamer- la así llamada estética de la recepción, teoría que superaba el "new criticism" de la explicación inherente que proponía Leo Spitzer. Para esta nueva concepción de Jauss y Iser la cuestión no era ya saber según que reglas -históricas o ahistóricas- ha sido producido un texto, sino de qué manera y bajo qué condiciones se efectúa la recepción de un texto, especialmente en cuanto obra de arte[1].
            Antes que ellos, Paul Valéry consideraba la obra de arte como esencialmente inacabada, dejando todo el peso interpretativo en manos del receptor. La pregunta, entonces, es la que sigue: «si ha de ser verdad que la obra de arte no es acabable en sí misma, ¿con qué podría medirse la adecuación de su percepción y comprensión?»[2].

            Bien es cierto que la propuesta de Valéry no coincide con Eco, Jauss y Iser pues aunque todas resaltan el preeminente papel interpretativo del receptor en la obra de arte, el poeta francés -al convertir el lector en creador o culminador de la obra- apunta al nihilismo y la arbitrariedad pues para él, como apunta Gadamer, «una manera de comprender una construcción cualquiera nunca será menos legítima que otra. No existe ningún baremo de adecuación»[3].
            Un primer corolario inevitable a estas consideraciones: la subjetivización de la estética puede llevar a la disolución de la obra de arte si se concibe desde el nihilismo hermenéutico, transfiriendo al lector e intérprete los plenos poderes de la creación absoluta que el artista mismo no desea ejercer[4]. Para Gadamer -quien busca reavivar la cuestión de la verdad en la obra de arte y las ciencias humanas en general- esta comprensión arbitrarista es insostenible, y remonta su genealogía a la concepción de Schiller: éste haría de la experiencia estética algo distinto del conocimiento, del modo natural de relacionarnos con el mundo.
Ahora bien, si Schiller es el enemigo a tener en cuenta, Gadamer es consciente de que también debe lidiar con Kant: «La subjetivización de la estética por la crítica kantiana» es el título que Hans-Georg Gadamer da al capítulo 2 de Verdad y método (1960), donde se encargará de analizar y reorganizar las tesis kantianas de la Crítica del Juicio (1790).
            Aquello que aquí nos interesa es considerar -a la vista de la lectura gadameriana- la subjetivización de la estética que realizara Kant y la posterior concepción de Schiller. Si entendemos la estética de la recepción de Jauss y Iser o la propuesta de Eco como una subjetivización de la estética no arbitrarista, y tenemos en cuenta que éstas se inspiran en la teoría hermenéutica de Gadamer, debemos preguntarnos: ¿cómo ha sido posible esta deriva subjetivista de la estética? Si Gadamer quería arremeter contra la concepción de Schiller y algunas de las más importantes tesis kantianas, ¿por qué centrar parte de su análisis de Verdad y método a considerar estas tesis?

            Gianni Vattimo es taxativo al respecto: «es decisivo para aproximarse a la obra de arte lo que enseña Gadamer acerca de la experiencia estética como experiencia verdadera, que transforma a quien lo experimenta; y la cual, por lo tanto, no puede ser justificada por teorías que se siguen elaborando según el desinterés kantiano pensado en términos cada vez más descomprometidos de todo interés ontológico»[5].
            Parece que nos encontramos en una aporía, pues si Vattimo está en lo cierto, el tratamiento que Gadamer ofrece del pensamiento kantiano parece paradójico en relación a sus intenciones. Peter Bürger ofrece una respuesta tentativa: «como para Gadamer no se puede, en último término, cuestionar el valor de la tradición, tiene que apropiarse, mediante su comprensión, de aquellas tradiciones que rechaza, como en este caso la subjetivización de la estética en la herencia kantiana»[6]. La revalorización gadameriana de la tradición y la autoridad[7] lleva consigo la dificultad de tener que explicar la consciencia estética dominante (conformada por la institución del arte) -que consiste, básicamente, en el desplazamiento de las tesis transcendentales del kantismo a la visión sensible-objetivista de Schiller - para dejar sitio a una teoría del ser del arte[8].
En esta coyuntura podemos comprender las intenciones de Gadamer, pues se trata de recuperar para el arte la función que le otorgara Horacio: delectare y podesse. La obra de arte no ha de concebirse como mera apariencia -un espacio autónomo que se rige con sus propias leyes- sino que además del delectare, del placer desinteresado, la obra de arte no debe emanciparse de la realidad, manteniendo así su existencia parasitaria del ritual: de este modo puede emerger un espacio de verdad, fruto de su compromiso con el mundo, pues así la obra es susceptible de realizar su función de podesse, de educar por medio de esa verdad[9].
            Un segundo corolario: si la función del arte consiste también en educar, ¿no está en sintonía con la propuesta schilleriana? ¿Por qué a Gadamer le interesa reducir el valor del desinterés kantiano y, a su vez, no subscribe la educación estética de Schiller?
*
            Hasta ahora, si bien hemos enunciado que lo que aquí nos ocupa es considerar la subjetivización de la estética llevada a cabo por Kant y Schiller, tan sólo nos hemos ocupado de la lectura de Gadamer. Esta vía negativa para introducirnos a la cuestión no es gratuita: no es claro que la subjetivación de la estética sea tal en el pensamiento de Schiller, puesto que en Kallias su propósito es -desde una perspectiva transcendental- llevar los trazos básicos de la estética kantiana a una determinación sensible-objetiva, a un concepto objetivo de belleza.
            Aún así, si realmente Schiller devolviera la cuestión estética al objetivismo y dejara atrás el kantismo como un error fatal, ¿por qué Gadamer arremete contra su pensamiento? La justificación del rodeo retórico de esta introducción a través del pensamiento de Gadamer se debe, en primer lugar, al hecho que fue la lectura de Verdad y método la que inspiró la reflexión acerca de la subjetivización de la estética y, segundo, porque -como gustaba decir a Ortega y Gasset- la filosofía es como Jericó: se toma a base de darle vueltas.
            En suma, la hipótesis de trabajo que guiará el análisis, primero, de la Crítica del juicio de Kant, y de Kallias y las Cartas sobre la educación estética del hombre de Schiller, después, será considerar en qué sentido puede leerse la teoría estética de Schiller como una radicalización de la propuesta subjetivista que se destila de la crítica kantiana. Dicho de otro modo: analizar si, tal y como apunta Gadamer, «en sus escritos estéticos Schiller transforma la subjetivización radical, con la que Kant había justificado transcendentalmente el juicio de gusto y su pretensión de validez general, convirtiéndola de presupuesto metódico en presupuesto de contenido»[10]. No solamente está en juego la cuestión del juicio estético, sino también la de la autonomía del arte y de la consciencia estética como exigencia moral, reformulada «como imperativo: compórtate estéticamente»[11].
            Así las cosas, cabe considerar hasta qué punto Gadamer acierta o yerra en su lectura para entender el peso que el giro subjetivista ha tenido y tiene en la estética contemporánea, pues si bien es cierto lo que señala Bürger acerca de la necesidad gadameriana de recoger y revalorizar la tradición en una surte de dialéctica, no es menos cierto que en la propuesta de Gadamer -al situarse en la perspectiva heideggeriana y hacer de la comprensión un existenciario- la cuestión de la recepción no puede ser ajena a la ontología de la obra de arte.


[1] Rothe, A; El papel del lector en la crítica alemana contemporánea. Pág. 16.
[2] Gadamer, H-G; Verdad y método. Pág. 136.
[3] Ibídem. Pág. 136.
[4]  Ibídem. Pág. 136.
[5] Vattimo, G; Filosofía y poesía: dos aproximaciones a la verdad. Gedusa, Barcelona, 1999. Pág. 10.
[6] Bürger, P; Crítica de la estética idealista. Visor, Madrid, 1996. Pág. 20.
[7] Gadamer, H-G; Verdad y método. La cuestión de la revalorización de la tradición y la autoridad se centra en el capítulo 9, en el apartado "Rehabilitación de autoridad y tradición". Pág. 344.
[8] Bürger, P; Crítica de la estética de la estética idealista. Pág. 22.
[9] Bürger, P; Teoría de la vanguardia. Península, 1987, Barcelona. Pág. 94.
[10] Gadamer, H-G; Verdad y método. Pág. 121.
[11] Ibídem. Pág. 121.

2 comentarios:

  1. Eres un jefazo. Enhorabuena por el texto. Sigue así y no dudes en hacer papilla la novela de ese noob de AntonioJota.

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    1. La crítica está en el horno: veremos si sale quemada o no. Por cierto, leí Contra la postmodernidad y no pude más que admirarme del bagaje de lecturas y capacidad crítica. No puedo decir ¡a tu edad! porqué eso sería algo narcista,creo. Aun así, la verdad es que no suscribo tus tesis en su mayoría, pero supongo que esto es bueno.

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