Aquí os dejo el enlace de la reseña que he publicado en Núvol. El diari digital de la cultura sobre el volumen de cuentos els homes del sac, de Damià Bardera.
12.24.2012
Vivisecció
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els homes del sac,
Núvol
12.09.2012
«Contigo sí»: amor, razón e ironía en Mujeres, hombres y viceversa (II)
¡Es el amor, estúpidos! o MYHYV
como lectores de Zygmunt Bauman
Para aquellos
que no se han acercado a un libro de Weber y no han leído eso de que la
modernidad llevaba consigo el desencantamiento del mundo y, corolario
inevitable, que eso del amor se va al garete, pueden estar tranquilos. Dos
instancias fundamentales de nuestra actualidad se han encargado de hacérnoslo
saber: Zygmunt Bauman y Sexo en Nueva York. Aparecen, además, como contrapunto
uno del otro: Bauman (Amor líquido,
2003) nos dice que el amor ya no es lo
que era, que las relaciones ahora son frágiles, virtuales, utilitarias,
higiénicas, fáciles de usar y, lo más trágico, desechables.
Entonces
interrumpirán ustedes y se preguntarán sorprendidos, quizá indignados tras
escuchar las palabras del sociólogo de nuestro tiempo: ¿para qué MYHYV? ¿para
qué tanto buscar, si el amor ya no existe, si ahora las relaciones son sólo
sexo, y los individuos, pervertidos por el mercado, mercantilizados y alienados,
se fijan solamente en el exterior, abandonados a la lógica del consumidor, y no
ven personas sino objetos, de los cuales les interesa solamente su bella
fisonomía? ¿para qué -insistirán ustedes- si las relaciones no son duraderas,
la sinceridad ha perdido su significado, y ya no se puede decir "te
quiero" sino un deje de ironía?
![]() |
Miguel Brieva, Dinero |
Es
posible que ese mismo instante, en un arrebato histérico, en un crescendo del fragor de su enfado, tiren
por la ventana su ejemplar de Perdona si
te digo amor, y que, al comprobar que esa edición de bolsillo consagrada al
amor romántico -esa impostora esencial que les ha generado vanas esperanzas- no
es capaz, en su cualidad de compacto, de romper el cristal y cruzar el umbral
de la república independiente de su casa,
es posible -decíamos- que se vean obligados a lanzar también la trilogía entera
de Crepúsculo, infundados en la
seguridad newtoniana que esos mamotretos romperán sí o sí el cristal. Aun con
todo, son muchas las posibilidades que el sonido del cristal al romperse no
aplaque por entero su ira y piensen que la saga de vampiros tampoco era tan buena como para realizar
tal función catártica. Por ese motivo pueden verse conducidos por un daimon a usar como proyectil todo aquel
objeto que ya no sea un ídolo de vuestra devoción al Amor Verdadero y,
aprovechando la irregular salida de emergencia recién abierta en la ventana,
procedan diligentemente a expulsar de su humilde morada los CD's de Pablo
Alborán, El Canto del loco y Maldita Nerea, junto con la edición de
coleccionista de El diario de Bridget Jones
y las seis temporadas de Sexo en Nueva York.
"Espera
un momento" dice la voz de la consciencia o del subconsciente, que bien
podría ser la de Emma 'Hermes' García, poniendo de manifiesto aquello que no
sabes que sabes. "Espera un momento pues, eso de 'amor de feria', y la
liquidez de la relaciones, la fragilidad esencial de una esfera que ha perdido
todo su valor, no era el lugar de dónde partía Sexo en Nueva York?¿No era lo
que sabía Samantha?¿No es aquello que nos ha enseñado Carrie? Pero, y más
importante, ¿no es verdad que aún es posible el amor? ¿no hay un excedente que
va más allá de la materialidad, de la fragilidad, de la mercantilización? ¿no
hay cosas que el dinero y la cirugía estética no pueden comprar?".
La
consecución irrefrenable de estos sabios pensamientos ha hecho que te quedarás
petrificado con las siete temporadas de Sexo en NY en la mano en una posición
cercana a la del Discóbolo. Crees tener que sentarte a reflexionar, a sacar
rédito de las resonancias que aún puedes notar en tu cabeza. Te das cuenta que
frente a ti está el televisor, aún encendido, y que -¡cómo pasa el tiempo!- ya
son las doce y media y es hora de MYHYV (porqué, claro está, tenias puesto
Telecinco). Decides mirarlo, como para ahuyentar ese momento socrático de
autointerrogación dialéctica y obsesiva acerca de tus propias convicciones, y
es entonces cuando te das cuenta de:
1) Los protagonistas de MYHYV son lectores de
Zygmunt Bauman.
2) Los protagonistas de MYHYV son conscientes que el
amor verdadero no se da a primera vista, sino que es fruto del trabajo: la comunicación,
la sinceridad, la intimidad, la comprensión y el respeto son elementos
fundamentales para construir una relación.
Y, por lo tanto:
3) Si te esfuerzas, en el amor, nada es imposible.
La falacia de Jano como
condición de posibilidad para el amor
Ok. Bien. Vamos a ponernos teóricos. Lo que hemos
querido destacar con ésta recreación pantomímica era la tesis que Eloy
Fernández Porta ha expuesto en Emociónese
así: «No vivimos en una cultura materialista y utilitarista donde los
viejos y buenos valores se han perdido: vivimos en una cultura de raíz
cristiana donde los valores que fundaron las diferencia entro lo íntimo y lo
público, entre el amor y el dinero, siguen muy presentes, tanto más cuanto el espectáculo de su transgresión reafirma
su poder simbólico». Y no sólo esto: «en el estadio del capitalismo en que
nos encontramos [el fenómeno de la reificación de los afectos] no es solo un
ente represor de la voluntad; es, sobre todo, un dispositivo productor de subjetividades, que las genera y las codifica
a la vez».
La
imagen que Bauman y tantos otros presentan en sus estudios sociológicos no es
una revelación esencial que tenga que impresionar a sus lectores en tanto se
den cuenta de que hemos perdido el paraíso, que esa edad ya pasó y resulta que,
encima, era de oro. Antes bien, de hecho, la consciencia de la mercantilización
y reificación de los afectos, de los estragos perversos de un capital omnímodo
que se ha apoderado de las personas, sus consciencias y sus relaciones, la
encontramos muy extendida por el tejido social. Ese discurso condenatorio no
es, por lo tanto, la excepción, sino la condición de posibilidad de otro
discurso sobre el amor y los afectos.
Esta
idea que el verdadero amor romántico -irracional, gratuito, orgánico y privado-
es contrario a las categorías del capitalismo es lo que Fernández Porta
considera bajo el nombre de Falacia de Jano: «consiste en contemplar el pasado
con ojos idealistas y filosóficos a la vez que se mira el presente con
escepticismo sociologista». Paradójicamente, si algo define la ética mediática
sobre los vínculos afectivos es el bombardeo constante de prescripciones,
soluciones en diez pasos, panaceas instantáneas o largos caminos de aprendizaje
que, lejos de exhortar la celebración dionisíaca, de incitar al sexo duro y sin
amor, en fin, a la carnavalización absoluta y a la disolución final de las
relaciones, se centran en la racionalización, intelectualización e indexación
de las emociones, en la conformación de conductas y el trabajo en el
comportamiento, en el auge de un nuevo sistema de valores que ponen al
individuo y su interés como centro de elección racional.
No
hay, por lo tanto, extinción del amor romántico, sino redefinición, como muy
bien saben los participantes de MYHYV. Si nos ocupamos de este programa en
cuestión no es tanto que hito de una cultura decadente y podrida, sino como
caso paradigmático y diáfano del nuevo
dispositivo productor de subjetividades que tiene en el amor una de sus
principales bazas. Eva Illouz
denomina a este nuevo dispositivo ethos
romántico: «en el marco de la cultura contemporánea, el amor se sitúa en la
consciencia divide entre la utopía de la autorrealización creativa y el
desencanto de saber que nuestra vida es la pálida sombra de las fantasías
poderosas que crea la máquina de consumo».
Hay
por lo tanto una oposición entre las historias que nos contamos sobre la vida y
la vida que nos montamos sobre las historias, entre las ficciones reales y las
realidades ficticias. Los tronistas y los pretendientes de MYHYV son
conscientes de la alta codificación de los discursos sobre el amor, aunque de
veras no hayan leído nunca a Bauman ni a La Rochefoucauld con eso de que hay personas que jamás se habrían enamorado
si no hubieran oído hablar del amor. "Sí, está bien -parece decir Rafa
Mora, uno de los más conocidos participantes- quizá Luhmann tenga razón, y el amor no sea un sentimiento, sino solamente
un código de comunicación simbólico de acuerdo con cuyas reglas de expresan, se
formulan o se simulan determinados sentimientos, pero coño -seguiría
diciendo el bueno de Rafa- ahí está Lucía La Piedra, emblema nacional y símbolo
de la pornografía, la personificación absoluta de como la sexualidad puede ser
reducida a un producto, manufacturada y consumida, pero, ¡mira, mira! también ella puede enamorarse, y no de
un perfecto Ken, como cabría esperar, sino de Pipi Estrada, que hasta en el
nombre es ridículo".
Los
protagonistas de MYHYV saben que poco o nada pueden usar la retórica del amor a
primera vista, han flexibilizado el horario laboral de Cupido porque son
conscientes que la retórica del amor romántico únicamente es consistente el 14
de febrero. En resumidas cuentas, saben que el amor tiene un valor moralmente
más elevado que el sexo per se, y se
preguntan, con Romeo, ¿es posible ser auténticos? Añadiendo, a la clásica
pregunta: ¿es posible ser auténticos en medio de un plató de televisión, cuando
estoy siendo económicamente retribuido para encontrar el amor, cuando los
intereses materiales son los que marcan el compás de todos y cada uno de los
acontecimientos? La respuesta no es solamente sí. La respuesta es: precisamente
por eso vas a encontrar un amor auténtico, porque va a sobreponerse a todo eso.
Ya
no se trata tanto de fundar la relación en la atracción sexual (los tronistas
hacen girar sobre su propio eje a los pretendientes, para admirar su cuerpo,
pero sólo eso: todos saben que el
exterior tampoco importa tanto), sino que deben fundarla en el
conocimiento. El lenguaje que se usa para hablar de ese amor es el de
"sinceridad", "compañerismo", "comunicación",
"diversión", "trabajo", "cimientos",
"construcción", etc. En este
sentido, el tempo de la relación es lento, pues, como apunta Fernández Porta,
contra las relaciones frágiles y solubles «crecen y fructifican las relaciones
sólidas. Al imaginar esa ilusoria relación pura, las parejas toman en cuenta
varios factores, entre ellos la compatibilidad, el sentido del humor..o la
certidumbre de vivir en una época en que ese vínculo es excepcional y valioso».
Por
lo tanto, MYHYV no es sino la escenificación final de ese proceso de elección
racional aplicado a las emociones que permite las transacciones entre sus
protagonistas en un Mercado Interaccional en el cual el capital emocional es la
moneda de cambio (Randall Collins, 2005). Además reproduce a pequeña escala,
como una caja china, el modelo de reafirmación del poder simbólico a partir de
la transgresión: antes, cuando trazábamos la cartografía del plató y sus
extramuros, así como el papel de alguno de sus personajes, apuntábamos a unos espacios de verdad. Mientras que el
plató y el intercambio de pareceres mediático puede mostrarse como una penosa
actuación y una pantomima guionizada, los encuentros, las citas -aquello que ha
pasado fuera del programa o aquello que el protagonista no puede decir o no
sabe decir porque está demasiado emocionado, y Emma Hermes debe acudir al
rescate, aparece como la verdad esencial, aquello que transgrede los códigos-
es el lugar donde la autenticidad puede hacer aparición.
Mujeres y Hombres y Viceversa supone, en
último término, la consagración de un ethos
romántico basado en la racionalidad, en una concepción terapéutica del
sujeto, que dispone sus relaciones en vista a su salud emocional, y que ve como
un trabajo la creación de relaciones sólidas. Tras el Apocalipsis del trato interpersonal, es el workaholismo en las relaciones lo que, finalmente, si -como
tronistas- ponemos manos a la obra para extraer conocimiento de los
pretendientes, para así poder trabajar mejor, el excedente, la plusvalía de
nuestro esfuerzo será el amor.
"Dejemos
atrás a Hollywood, a Federico Moccia y a Pablo Alborán: no nos montemos
historias sobre la vida, montemos la vida sobre las historias. Eres tú el
tronista de tu vida: el mundo es el mercado de pretendientes, pero cuidado no
vayas a pillar una relación frágil y posmoderna, que de esas abundan. Tu
esfuérzate, y ya verás".
Podemos
entender ahora porqué Fernández Porta alerta que «la fórmula de la originalidad
en el capitalismo es la de los anuncios de burdeles: "contigo sí",
fórmula que postula una elección meditada y selectiva en un contexto donde
reinan la promiscuidad y la indistinción».
12.06.2012
«Contigo sí»: amor, razón e ironía en Mujeres, hombres y viceversa (I)
"Y mientras él hablaba yo estaba pensando:
qué historias nos montamos
sobre la vida,
qué vida nos montamos con las
historias."
La contravida, Philip Roth
Encabezar una reflexión sobre Mujeres y hombres y viceversa -de ahora en adelante MYHYV- con una
cita de Roth en la que se exhorta la bidireccionalidad de la narración y la
vivencia puede no parecer paradójico. Dada su condición de reality show, la dicotomía realidad/ficción, como también las
oposiciones verdad/falsedad, vida/historia o objetividad/simulacro, son
segregadas irremediablemente. La espectacularización de la -supuesta-
intimidad, la tropología que exige toda narración (en este caso televisiva),
así como un sinfín de razones que aquí es preciso soslayar, constituyen los
componentes sine qua non es pensable
el concepto mismo de reality show.
Para
los legos en el programa televisivo en cuestión -ése rito iniciático de la
imaginería choni y la estética del Homo Inditex -, para los ínclitos
ascetas que, como Vargas Llosa, piensan que la cultura está en decadencia y por
ese motivo rehúyen enardecidamente los reality
shows -identificándolos como epitomes de esa desviación perversa de las
almas endebles a las fáusticas promesas de la TDT-, para todos ellos, íbamos
diciendo, trazaremos parcamente un esbozo del funcionamiento del programa, para
pasar luego a devanar algunas de las características que -desde un punto de
vista sociológico- es posible señalar en relación a la concepción del amor que
subyace como realidad ulterior del circo mediático y que -podemos aventurar- es
la explicación última de la excepcional recepción del programa.
Cosmología y verdad en MYHYV
La mescolanza de elementos que conforman el mundo de
MYHYV es inabarcable: como toda cosmología que se precie, está dotada de una
heterogeneidad de elementos estructurales que más les gustaría a esos payasos de Gandía Shore. Es por esto que
aquí vamos a trazar una descripción necesariamente sesgada: sirva esto de aviso
al lector, a la vez que de pequeña captatio.
Perdónesenos entonces la laxitud que nos tomamos al prescindir de explicar en
detalle, por ejemplo, la función para nada desdeñable de Lucía La Piedra a.k.a
Míriam Sánchez y su acólito Pipi Estrada.
La
mecánica de MYHYV es la siguiente: un hombre (o una mujer, aquí siempre es y
viceversa) es elegido por el programa como tronista. Este rey, electo por un equipo de guionistas, recibe el
susodicho título nobiliario, el cual lo imbuye de poder para ejercer el rol de
administrador en un harén de aproximadamente diez mujeres, las cuales
participan voluntariamente con el objetivo de conquistar, cual pequeños
trovadores de la poligonera lírica del perreo,
el amor incondicional de su rey y llevárselo a ese metafórico y sacrosanto
huerto. Así, y contradiciendo el dictum clásico, según el cual de gustibus non disputandum est, el
desarrollo del programa consiste en un toma y daca entre la libidinosa plebe
que, de un lado, hace honor a la descripción del estado de naturaleza
hobbesiano al enfrentarse individualmente a sus congéneres, conducidos por sus
más básicos instintos y un irrefrenable deseo de hacerse con su priápico
trofeo, mientras que, del otro lado, cada pretendiente muestra una servidumbre
bíblica a su patriarca, guardándose su virginidad mediática -pues acostumbra a
ser la única que le queda- , para obnubilar al Dios pedestre, terrenal y salido
de una sesión de body gym, tratando
-en último término- de conseguir sus amorosos favores en el espacio liminal y
consensuado de Las Citas.
Este
vodevilesco game of thrones tiene
como ring el plató televisivo: es necesario acometer su descripción
cartográfica para comprender acertadamente el funcionamiento del programa y el
sentido verdadero de Las Citas. En el centro del plató nos encontramos con los
tronos, alrededor de los cuales se distribuyen unas gradas donde los
pretendientes se agolpan como espectadores privilegiados, sujetos y objetos del
devenir amoroso. Esta pista central está custodiada por unas gradas aún mayores
que, en forma de anfiteatro, acogen al público
-el cual, podemos adelantarlo, tiene un papel activo en el acaecer de los
acontecimientos-. And last but not least,
debe destacarse el simulacral backstage:
los protagonistas pueden acceder a las bambalinas televisivas para apartarse de
la rabiosa mirada del Otro, el Espectador Presente y Activo, para sincerarse y
abandonarse a la paradójica intimidad que les concede la omnímoda mirada del
objetivo de la cámara -vestigio analógico de su visibilidad nacional-. Este
ardid narratológico permite (re)presentar el trascenio como un espacio de verdad que ocupa un lugar
central en la construcción de la trama.
Si
bien hasta ahora hemos reflejado el funcionamiento del mundo terrestre, del
aparente centro de gravedad, no debemos detenernos aquí: el plató es solamente
el benemérito templo en el cual los humanos disputan acerca de La Verdad, de
las revelaciones que han experimentado cual Santa Teresa en éxtasis: a través
de confidencias y rumores, se da
cuenta de las sensaciones que tienen sus protagonistas, de los Hechos y los
Sentimientos, así, en mayúscula. Pero nos preguntamos nosotros, como se ha
preguntado la tradición filosófica al largo de la historia, ¿qué es la
realidad? ¿es posible la autenticidad afectiva?¿Es este mundo, Nuestro Plató,
solamente el proscenio de un noúmeno oculto e inaccesible? La realidad, claro
está, siempre es algo que está más allá: son Las Citas.
Los
tronistas, pues, deben citarse cada semana con alguna de sus pretendientes,
para así ir conociendo e interactuar con sus posibles parejas. Las citas, que
se realizan fura del plató, constituyen otro de los espacios de verdad. Es en ellas donde los protagonistas pueden
desenvolverse con naturalidad, ser ellos mismos, y no dejarse
amedrentar por su entorno, no impostar su carácter, no actuar para las cámaras.
En lo que consiste un salto gestáltico, las citas son vistas como un lugar para
la intimidad, donde estamos solos tu y yo (y el cámara, el micro, el ayudante
de cámara, el director de fotografía, ese
tipo que lleva los donuts y la novia del ayudante, porque le hacía gracia venir).
Presentada
la geografía básica del plató (y sus extramuros), es necesario atender a los
personajes estáticos que se mantienen allí perennemente. En primer lugar, y
brevemente, podemos ocuparnos del papel del público: una caterva de homos sentimentalis entre los cuales
encontramos una serie de personajes que trabajan para el programa. Su función,
simple, es la de opinar acerca de aquello que ven. Juzgar como juzgan los
espectadores en casa: precisamente ése es su papel, el de conseguir que el
receptor se vea inmiscuido. Además, está visión está reforzada por el hecho que
tronistas y pretendientes son, como Ulises en la cueva del cíclope, Nadie. Son
ése Nadie, como tú y como yo, que ha accedido a la fama, que ha excedido sus
minutos warholianos de gloria televisada, y que de este modo perverso y cañí ha
transformado y adaptado el american dream
de la ascensión social.
En
segundo lugar ha de destacarse el papel crucial de la presentadora, Emma
García. Esta, lejos de ocupar un lugar visible y central, la posición
geopolítica que le permitiera moderar los intercambios verbales de los
protagonistas, la encontramos sentada en las gradas. Es más: está sentada en
las escaleras para acceder a las gradas. Esta disposición táctica responde a la
voluntad de ceder a la realeza y su séquito la atención del objetivo de la
cámara, a la vez que para difuminar su voz entre las del público, como diciendo
"Eh, que yo soy una más; Eh, que yo solo soy un mero observador".
Está calculada humildad tiene la función de acumular rédito para su papel
esencial: no el de Dios todopoderoso y omnisciente, que es capaz de poner y
disponer a su inefable voluntad; no crea ex nihilo, ayudada por sus
demiurgos-guionistas, las relaciones que van a establecerse; no detenta,
tampoco, el poder del sacerdote, pues su campo de acción no se limita al finito
poder de administrar el reino de Dios en su beneficio, y perdonar los pecados
de su pastoral.
Entonces,
¿cuál es el papel de Emma? Es el de Hermes, Dios mensajero. Su función
es análoga al del pequeño dios olímpico: trasladar los mensajes de los Dioses a
los hombres (y mujeres y viceversa). No
nos referimos solamente a la banal función de poner en conocimiento de los
participantes lo que la Dirección Del Programa decide, información que le llega
por el pinganillo-oráculo. Para eso no se necesita un Dios alado, eso lo podría
hacer cualquiera, ¡hasta una voz en off! ¡quizá podría el mismísimo Constantino
Romero! Pero no, vade retro
Constantino, porqué su papel fundamental, y ahí vamos ya entrando en materia,
es el de traducir a los participantes los mensajes encriptados que el Dios Amor
les deja caer y que ellos, ciegos como Edipo, son incapaces de ver, obnubilados
como están por encontrar el destino en la fisonomía de aquellos que los rodean.
No
en vano lo que se ha llamado hermenéutica -desde las elucubraciones bíblicas y
la desambiguación de textos legales a la disciplina filosófica- toma su nombre
de Hermes. El papel de Emma es el interpretar el mensaje oculto en los signos,
el de actualizar el sentido de conjunto, el de hacer emerger el horizonte de
significación. Su trabajo, en otras palabras, es explicitar, dar consistencia
narrativa. Como un experto psicoanalista, se dirige a tronistas y pretendientes
diciéndoles, con Lacan, que ellos
precisamente saben mucho, sólo que igual que con el inconsciente, no saben que lo saben. Como un adiestrado funambulista, Emma García
sortea la voluntad de los protagonistas, arrincona la herética autoría de estos
sobre sus propias palabras, y imbuye con un nuevo sentido cada una de las
construcciones verbales. Todos los capítulos diarios aparecen como una clase
magistral de estética de la recepción: lo que teorizarán Eco, Jauss o Iser
parece un injerto teórico innecesario, puesto que Emma, con radicalidad
postmoderna, hace bandera de la muerte del autor, erigiéndose como lector
todopoderoso (y, en su caso, como único lector). A lo que los protagonistas
sólo pueden responder con un ligero movimiento de cabeza como diciendo
"pues esoh mimo quería decí yo". La verdad, esta vez, no se encuentra en un espacio concreto, sino que
nos es revelada.
9.13.2012
La gran reclasificación
Para iniciar la nueva temporada, aquí va el link de un artículo que apareció el pasado junio en SalonKritik:
6.16.2012
Are you alone?
La
quinta temporada de Mad Men es un fenómeno sin parangón en la parilla televisiva
mundial a día de hoy (con la posible excepción de la para mi aun virgen Treme).
Algunos celebran apariciones de nuevas series, o la justamente laureada segunda
temporada de Game of Thrones, que sigue acaparando seguidores que se llenan la boca
con Maquiavelo o Hobbes, y que, sin solución de continuidad, comparan sus
intrigas a los tótems de los seriales televisivos como son The Wire o The
Soprano's. Pero aun con todo, Mad men, en su quinto arranque, y tras algunas
dudas sobre su continuidad, ha conseguido constituirse definitivamente como una
de las mejores series dramáticas que se han hecho.
Hace
unos días, y creo que antes de que se emitiera el último capítulo, Pablo Muñoz
explicaba en su blog
como esta temporada conseguía llevar al extremo algo que Matthew Weiner ya
había ido ensayando con acierto al largo de las cinco temporadas: estas
situaciones anticlimáticas se prefiguraban, por ejemplo, en la última escena de
la primera temporada. Don Draper vuelve a casa para marchar de viaje con su Betty
y los niños, viaje que había decidido no realizar con ellos, y anticipa su
vuelta a casa para poderlos acompañar: al llegar a casa descubre que éstos ya
han partido y se sienta, a solas, en las escaleras. Pero en la primera
temporada esta secuencia por sí sola no podía cerrar una temporada, motivo por el cual
tuvieron que añadir una solución feliz, que solamente estaba en la mente de
Don, que precediera a la desoladora realidad de la casa vacía. Y se tuvo que
introducir precisamente por eso, para que la realidad de la casa vacía fuera
desoladora.
Ya a
partir de la cuarta temporada, sobre todo al final, hay -desde mi punto de
vista- un salto cualitativo, el colofón a un proceso que ha durado cincuenta y
dos episodios: los personajes han cuajado, la narración de la cotidianidad de
los personajes ya no es neutra. Hay un paño de desolación que tiñe todas las
escenas, que las filtra: en el último episodio de la cuarta temporada asistimos
a un happy end en toda regla, y sabemos que el arte de Weiner ha funcionado
cuando los espectadores se dan cuenta de que en él hay algo siniestro. De ese
tirón se nutre toda la quinta temporada, con el ascenso de Megan como uno de los personajes
principales: la tensión narrativa nace solamente de lo que las expectativas, de
las reacciones que el público espera de Don. La quiebra de ese cuento de hadas
narrado en francés se ve como algo inevitable, pues se sabe, como en la
metáfora estoica, que el perro tiene dos opciones: correr en la misma dirección
que el carro o ser arrastrado por él.
Ese es
el motivo por el que estoy de acuerdo con la idea que la poética de Mad men se
basa -más allá de su esteticismo impecable- en el anticlímax: la quinta
temporada es toda ella un preciso paréntesis, un tiempo muerto, que reclama
para sí el estatuto de espera de lo inevitable.
Creo que era Borges quien decía
que las mejores historias ahora se escribían en Hollywood: Mad men quedaría
-por supuesto- excluida del conjunto de mejores historias (à la Lost) pero entra
en el Partenón de la mejor literatura, para mí al lado de Rymond Carver: la
crudeza de las relaciones personales, el desgaste de éstas, el hecho que todo acabo reduciéndose a mierda. Una
anhedonia vital recorre la cotidianidad de Madison Avenue, entre copas y
glamour, entre Jaguars y pisos en Manhattan. Y para ello no recorre a un argumento completo e intricando, sino que su trabajo descansa principalemente en la modificación estructural de la serie: el ritmo de la narración se vuelve lento, se recrea en los detalles, en pequeños destellos que vaticinan la decadencia. Ahí estan Pete Cambell, Joan y Peggy. La quinta temporada de Mad men es más bien una poética de la dilatación, que no de la recreación, ni de la afectación: lejos quedan aquellos que hablaban de manierismo.
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5.25.2012
Jameson y la persistencia del marxismo (II)
La
imbricación esencial entre cultura y infraestructura económica es patente desde
el mismo título de su obra 'fundacional': El
postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Está conexión
es señalada por Jameson sin pudor: «toda posición postmodernista en el ámbito
de la cultura -ya se trate de apologías o estigmatizaciones- es, también y al
mismo tiempo, necesariamente, una toma de postura implícita o explícitamente política sobre la naturaleza del
capitalismo multinacional actual»[1] (cursivas
mías).
En la vertiente económica, Jameson
es afín a las tesis continuistas de Ernest Mandel y considera el capitalismo
avanzado la nueva cara del capitalismo industrial, su evolución natural. En
este sentido, constituiría no una ruptura, sino una extensión hipertrófica. No
es de extrañar entonces que el postmodernismo sea presentado como una pauta
cultural y no como un estilo: la traducción cultural de la lógica del
capitalismo avanzado es la absorción por parte del postmodernismo del
movimiento modernista; esto es, «la producción estética se ha integrado en la
producción de mercancías en general»[2].
El postmodernismo estético no es, como se ha querido ver, un movimiento
estilístico de heterogeneidad axiomática marcado por el eclecticismo y el pastiche,
sino que éstos son el residuo del carácter omniabarcante de una pauta cultural
que se doblega a la «frenética vigencia económica de producir constantemente
nuevas oleadas refrescantes de géneros de apariencia cada vez más novedosa»[3].
Si Jameson recupera una concepción
marxista del funcionamiento de lo social es porque considera que las
descripciones que hizo Marx del capitalismo son hoy más vigentes que nunca: el
mercado mundial es una realidad efectiva fruto del desarrollo de las
comunicaciones; hay una fuerte insistencia en el fomento del consumo, del mismo
modo que hay también una expansión y refinamiento de la forma de la mercancía,
la cual ya no se refiere a un substrato material, sino que se extiende como una
gramática universal que abarca la imagen y el símbolo[4].
En un giro retórico, podríamos afirmar que Jameson da la vuelta al
planteamiento de Baudrillard y, en lugar de presentar una realidad evaporada en
la proliferación de símbolos y imágenes, estas se han solidificado y
constituyen la materia prima del capitalismo avanzado[5].
Jameson, en su voluntad de repensar
la tradición marxista, recupera el pensamiento de Adorno, y plantea la
posibilidad de que «el marxismo de Adorno, que no sirvió de mucho en los
periodos previos, resulte exactamente lo que necesitamos en la actualidad»[6].
Lo que más le interesa de Adorno «reside en el énfasis, único, que pone en la
presencia del capitalismo tardío como totalidad dentro de las formas mismas de
nuestros conceptos o obras de arte. Ningún otro teórico marxista puso nunca en
escena esta relación entre lo universal y lo particular, el sistema y el
detalle, con semejante atención, intensa y abarcadora»[7].
Fijemos, pues, nuestra atención en Adorno.
El pensador alemán es menos taxativo en su consideración de la estructura
económica como determinante de la cultura, en la medida que acusa a Marx de
caer en un reduccionismo economicista: aquello que le interesa a Adorno de Marx
es la crítica al idealismo y al subjetivismo burgués, los cuales serian
funestos en tanto que la síntesis conceptual y las abstracciones lingüísticas
terminarían por ocupar el lugar de las cosas mismas[8].
Por lo tanto, el suelo común que
media entre el marxismo de Adorno y el de Jameson -tanto a nivel general como
en relación a la cuestión de la autonomía del arte- es el hecho que el arte se
define en relación a aquello que no es arte[9] o,
en palabras de Adorno, al hecho que «aquello que hay en él [en el arte] de
específicamente artístico procede de algo distinto: de esto cabe inferir su
contenido y solamente este presupuesto satisfará las exigencias de una estética
dialecticomaterialista»[10].
En Jameson esta necesidad se reduce a una convicción de ascendencia hegeliana:
la necesidad de desvelar la historicidad presente en todo desarrollo formal. Es
decir, la preocupación que recorre de fondo la obra de Jameson -y que está
parcialmente en comunión con el proyecto adorniano- es el mostrar la conexión
entre la estructura formal de un texto artístico y las condiciones
socioeconómicas imperantes en su producción.
Estas consideraciones son
fundamentales en la medida que sientan las bases para la discusión acerca de la
autonomía del arte: para Adorno si y sólo si el arte puede desvincularse de 'las condiciones socioeconómicas
imperantes en su producción' podrá erigirse como verdaderamente artístico, como
manifestación de una racionalidad irreductible a la razón instrumental del
sujeto idealista. Aún así, esta desvinculación no debe entenderse como una
suerte de aislacionismo de la obra de arte, sino como negatividad. Dicho de
otro modo: para Adorno el objeto de la
teoría estética es pensar la tensión que media entre el pensar identificante
(subjetivo, conceptualizador) y el elemento objetivo e irreductible. Esta
tensión se revela a un doble nivel: sociológico y negativo[11].
A nivel sociológico, Adorno
considera la concreción artística como interiorización de las formas sociales
que hay en juego. Como apunta Vicente Gómez: «que el arte sea un fait social y a la vez, en sus formas
modernas, un ámbito autónomo, implica trazar la unidad de fuerzas y las
relaciones de producción de un modo intraartístico». Lo que se está afirmando
aquí es que en el arte hay un momento de verdad, de universalidad, que vendría
vehiculado por el carácter de producto histórico del arte, por ser un material
socialmente performado[12].
En otras palabras: el arte, en tanto que social e histórico, lleva en sí mismo
"lo-otro-de-sí"; «el arte sólo tiene existencia en el marco de un
lenguaje artístico ya desarrollado»[13].
Podemos establecer, entonces, que
aquello que para Adorno es el momento de verdad del arte, el cual recibirá un
tratamiento dialéctico, en el pensamiento de Jameson se traduce en forma de
inconsciente político[14].
En lo que para Adorno sería un retroceso inaceptable al momento subjetivista,
Jameson caracteriza la relación de la economía con el objeto cultural en
términos de los procesos psíquicos que intervienen en la producción y recepción
de la obra. Para Jameson, pues, «todo texto es fundamentalmente una fantasía
política que articula de forma contradictoria las relaciones reales y potenciales
que constituyen a los individuos en una economía política concreta»[15].
La concepción de un inconsciente
político en la concreción de la obra artística prefigura el desarrollo de su
teoría de la 'cartografía cognitiva'. El concepto, que es tomado de Kevin Lynch
(quien lo usa para describir como las personas dan sentido a sus entornos
urbanos), funciona en Jameson como intersección entre lo personal y lo social[16]:
como avanzamos en la introducción, la teoría de la postmodernidad de Jameson
pretende establecer un esquema de implicación general entre el individuo
postmoderno y los universales modernos. En este sentido, podemos entrever como
de forma incipiente Jameson está sentando las bases para articular luego una
teoría de los 'mapas cognitivos' que pueda sacar a relucir ese inconsciente
político y, de este modo, salvar una función política del arte que no esté
sujeta a las objeciones tradicionales.
[1] Jameson,
F; El postmodernismo o la lógica cultural
del capitalismo avanzado. Pág. 14.
[2] Ibídem.
Pág. 18
[3] Ibídem.
Pág. 18. Jameson, en Marxismo tardío,
reflexiona sobre la categoría de 'innovación': «El problema reside en el hecho
de que los fenómenos estéticos -que son culturales, es decir, formaciones de
una superestructura que es sólo una parte funcional del todo del cual pretende
ser un equivalente y sustitutivo- también son ideológicos. La
"nuevo", por lo tanto, también es una compensación ideológica como
también un valor estético y una categoría históricamente original de la
producción capitalista». Pág. 291.
[4] Cfr. introducción de Sánchez Usanos en:
Jameson, F; Reflexiones sobre la
postmodernidad.
[5] Jameson, en El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado,
afirma, sin referirse explícitamente a Baudrillard, que «sin duda, la lógica del
simulacro, al convertir las antiguas realidades en imágenes audiovisuales, hace
algo más que replicar simplemente la lógica del capitalismo avanzado: la
refuerza y la intensifica». Pág. 102.
[6] Jameson,
F; Marxismo tardío. Adorno y la
persistencia de la dialéctica. Pág. 21.
[7] Ibídem.
Pág. 27.
[8] Boladeras,
M; L'escola de Frankfurt. Pág. 45
[9] Jameson afirmará en Marxismo
tardío que extrajo su idea de relacionar el «trasfondo histórico y social»
con el análisis formal de los textos de los escritos sobre música de Adorno.
Pág. 20.
[10] Adorno,
T; Teoría estética. Pág. 32.
[11] Nos ocupamos ahora del momento
sociológico del arte. Sobre el momento negativo ver 2.2.
[12] Adorno definirá en Teoría estética la obra de arte como
mónada sin ventanas -sirviéndose del concepto leibniziano- para expresar la
idea de un arte autónomo pero capaz de reproducir en su interior la realidad
histórico-social. En relación a esta visión, Jameson afirmará que: «la doctrina
de la autonomía estética de la obra de arte es correcta, pero sólo es verdadera
si se la entiende como lo opuesto a la doctrina estetizante, a una especie de
"arte por el arte" filosófico. La obra es social e histórica hasta la
médula: sólo así puede llegar a ser autónoma» (Marxismo tardío, pág. 284).
[13] Adorno,
T; Teoría estética. Pág. 524.
[14] Jameson, en Marxismo tardío, se hace eco de las palabras de Adorno en Teoría estética, quien considera que el
«momento histórico es constitutivo en las obras de arte» las cuales son «la historiografía inconsciente de su época»
(cursivas mías). Pág. 286.
[15] Jameson,
F; La estética geopolítica.
Introducción de MacCabe. Pág. 13.
[16] La traducción de los términos
cartográficos de Lynch a la sociología viene mediada por el pensamiento de
Althusser: el espacio cartográfico es visto como espacio social. Se sirve de
Althusser porque éste, al reformular la distinción entre ciencia y ideología en
Marx, introduce el punto de vista individual o monadológico, el cual se opone a
un dominio de saber abstracto. Esto no significa que no podamos conocer el
mundo fuera de una forma abstracta o científica, pero sí que es
irrepresentable. En palabras de Jameson: «la fórmula althusseriana señala una
brecha, una falta entre la experiencia existencial y el conocimiento
científico; la misión de la ideología es, pues, de alguna manera, la de
inventar una forma de articular entre sí estas dos dimensiones diferentes» (Teoría de la postmodernidad, pág. 71).
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5.18.2012
Jameson y la persistencia del marxismo (I)
Afirma
Terry Eagleton en La estética como
ideología que «en los debates contemporáneos en torno a la modernidad, el
modernismo y la postmodernidad, el concepto de 'cultura' aparece una categoría
clave para el análisis y la comprensión de la sociedad del capitalismo tardío»;
además, concreta, ahora refiriéndose propiamente al campo de la estética, que
«el legado de la tradición marxista de Lukács a Adorno confiere al arte un sorprendente
privilegio teórico que, aparentemente, contrasta con su pensamiento de cuño
materialista»[1].
Estas dos líneas que señala Eagleton
prefiguran la encrucijada en que se encuentra la teoría estética de tradición
marxista, como la suya misma, o la de Fredric Jameson, que es la que aquí nos
ocupa: de un lado, la imbricación fundamental de la reflexión sobre el arte con
la consideración de la cultura como estructura significante y, en segundo
lugar, las aporías propias de un pensamiento materialista que quiere comprender
el fenómeno artístico como «privilegio teórico»; esto es, como enclave
estratégico y no sometido a las necesidades e imperativos 'mundanos' desde el
cual reflexionar y socavar el sistema mundial o, más concretamente, el
capitalismo.
Mientras que el segundo problema
-que más genéricamente podemos llamar la cuestión de la autonomía del arte- nos
ocupará a lo largo del texto como eje de reflexión, cabe -primero- hacer
algunas consideraciones elementales sobre la red de conexiones que se establece
entre arte y cultura.
Para introducirnos en el atolladero
nos serviremos del pensamiento de Jean Baudrillard, icono mediático del
postmodernismo cultural, que encarna una de las posiciones teóricas que ha
gozado de mayor repercusión en la segunda mitad del s.XX. Su reflexión, que
nace en los círculos postestructuralistas, se caracteriza por definir todo
fenómeno cultural como simulacro: el mapa ha substituido el territorio, las
ficciones de una realidad simbólica son el único material con que podemos
negociar. En este sentido, podemos considerar que el planteamiento de
Baudrillard se levanta contra el marxismo tardío derivado de la escuela de
Frankfurt, enfrentándose a las ideas de Adorno y Marcuse, en la medida que para
ellos el papel del arte y, de la cultura en general, debía consistir en ser
capaz de tomar distancia de la realidad, constituirse como algo otro, una
racionalidad irreductible a la instrumental, que posibilitara, desde su esfera
privilegiada, ejercer un papel crítico para con lo social.
En otras palabras: la concepción de
Baudrillard se erige contra el planteamiento adorniano de un arte enfático,
conmensurable a la filosofía, que partiría de la estructura socio-económica y
que, desde su autonomía, se volvería contra ella, denunciándola. Baudrillard
vería en la dialéctica negativa un esquema 'criptoilustrado', heredado de Hegel
y publicitado por Marx, que habría quedado invalidado por la crítica
postestructuralista. Para el francés no hay posibilidad para el arte de
instituirse como una esfera privilegiada: tras el 'fracaso' de las vanguardias,
toda manifestación es simulacro, pues el juego ya no se da como relación
dialécticomaterial sino como intercambio simbólico.
El pensamiento de Baudrillard ha
sido tachado despectivamente por la crítica como una 'disenyficación' de la ontología.
Aún así, el proyecto se enmarca en el contexto cultural de la postmodernidad y
la encarna como ningún otro: sus reflexiones presentan la estructuración social
y económica de un capitalismo tardío que tiene en la economía de mercado su
principal baza; en su pensamiento se dan cita también la idea de Debord de la
sociedad como espectáculo[2]
así como el carácter simulacral de una cultura que se ha erigido como garante
de la pantalla global[3],
dónde la representación (televisiva, internet, redes sociales) ha
indiferenciado la esfera pública de la privada[4].
En la misma línea, sostiene que la
producción artística está -como avanzó Benjamin[5]- a
merced de los medios de reproducción técnica y ahora, desde su misma producción,
es indistinguible de estos.
En palabras de Jameson, el
postmodernismo podría teorizarse «como el momento en el cual la antigua
subjetividad -ahora por completo colectivizada- desaparece totalmente, de
manera que la tensión que constituía el minimalismo de Beckett tanto como el
período expresionista de Schönberg -el silencioso grito de dolor- se esfuma,
dejando a la productividad y a la tecnología colectivas avanzadas libres para
'expresarse' nada más que a sí mismas: un proceso cuyo producto final ya no son
más obras de arte sino mercancías»[6].
La descripción, aunque vaga,
caracteriza la coyuntura desde la cual debemos considerar el pensamiento de
Fredric Jameson. Éste vuelve a planteamientos de base marxista[7]
oponiéndose a la autocomplaciente fiesta de los simulacros baudrillardianos sin
renunciar al abanico de fenómenos que
éste permite explicar. Jameson construye una teoría de la postmodernidad en su
sentido más estricto[8]:
lo postmoderno sería la exageración extrema de los
postulados de la modernidad, «el realce máximo que, por exceso de acentuación,
supone la conclusión, por ruptura, de aquello a lo que se refiere»[10].
Para comprender el papel que el arte
y la reflexión estética tienen para Jameson, debemos antes considerar como
concibe el escritor norteamericano el postmodernismo. Las características
principales de éste serían la sensación de agotamiento, la superficialidad; el
carácter autoreflexivo; el debilitamiento de la historicidad; el abandono del
manifiesto como formato con que dar a conocer sus propuestas; un subsuelo
emocional totalmente nuevo; la relación con la tecnología; el ir en contra de
la modernidad en el sentido de denunciar la racionalidad instrumental como
modelo emblemático de proceder y, también, por abandonar la idea de progreso y
los motivos básicos de la Ilustración.
En el momento postmoderno del
mercado universal, arte y teoría se ven abocados a operar desde el interior de
la cultura de consumo. Esta tesis fundamental, que ya encontrábamos en
Baudrillard, será la punta de lanza del pensamiento estético de Jameson: «si el
arte o la cultura constituyeron en el pasado ámbitos desde los que se ejercía
la reflexión crítica (algo evidente en el caso del modernismo y las
vanguardias: en esencia movimientos reactivos frente a la entonces incipiente
industria de consumo y al fetiche de la mercancía) en el capitalismo avanzado
no hay un "afuera" desde el cual acometer esa tarea. [...] La
"forma mercancía" es ahora la estructura ontológica a la que se
somete el conjunto de lo existente»[11].
Si bien Jameson afirma que la
cuestión de la autonomía del arte era evidente
en el modernismo y las vanguardias, quizá deba matizarse, puesto que la
reflexión sobre la autonomía -propia de los movimientos de vanguardia- no es
algo tan evidente, sino que se construye como paradoja. Si atendemos a la
síntesis que realiza Peter Bürger en Teoría
de la vanguardia, nos damos cuenta que «sólo un arte que se aparta
completamente de la praxis vital (deteriorada), incluso por el contenido de sus
obras, puede ser el eje sobre el que se pueda organizar una nueva praxis vital»[12].
Pero como reflexionó Marcuse, este papel es contradictorio: de un lado, el arte
protesta contra un presente deteriorado, preparando la formación de un orden
mejor. Del otro, y en esto consiste la paradoja, en la medida que prepara ese
orden mejor en la apariencia de la ficción, descarga a la sociedad existente de
la presión de la fuerzas que pretenden su transformación[13].
Este carácter contradictorio del momento "afirmativo" del arte -como
lo etiquetaba Marcuse- lo encontraremos en Adorno, quien a partir de una
estrategia dialéctica, defenderá una función "negativa" del arte.
En suma, la reflexión de Jameson se
erigirá como un ejercicio de gimnástica teórica que tiene por objetivo
recuperar la posibilidad para el arte de constituir un enclave desde el cual
presentar beligerancia al sistema económico y la ratio instrumental de éste, sin desatender el necesario carácter de
mercancía de todo fenómeno artístico. Esto es: Jameson niega la posibilidad que
postulara Adorno de una autonomía real del arte, de su carácter de afuera, de
no identidad, pero asevera que esto no invalida por completo cierto papel
político del arte. En este último punto, al recuperar Jameson la teoría
marxista que profesara Adorno, coinciden ambos pensadores en recuperar la
profética idea benjaminiana de la polititzación del arte[14]:
de ahí el sentido de postular una estética geopolítica[15].
El presente trabajo trata de
reflexionar acerca de las relaciones que se establecen entre el arte y la
cultura postmoderna, entre la teoría estética y el sistema económico: se trata
de replantear la cuestión adorniana de la autonomía del arte, de la posibilidad
de una distinción entre alta y baja cultura, la reformulación de los ideales
vanguardistas de un aniquilante art pour
l'art[16]
enfrentado a l'art engagé, así
como del carácter autoconsciente del postmodernismo que lo llevaría a una suerte
de 'sacrifico paradójico' -en el sentido que le da Kierkegaard- que
constituiría la asunción por parte del arte de su culpa (esto es, de su
carácter de producto, de su 'forma mercancía) y su consecuente apertura al
mundo, que tan bien encarna la literatura de David Foster Wallace.
En otras palabras: este trabajo
trata de explorar los pasajes interiores entre la teoría estética de Adorno y
la estética geopolítica de Jameson en el contexto del carácter político del
arte y la cultura y, en consecuencia, de la cuestión de la autonomía del arte.
La hipótesis fundamental que se pone sobre la mesa es si, tal y como afirma Adorno,
la única posibilidad de un arte político pasa por su asimilación a la teoría, a
la filosofía, y su constitución como una racionalidad otra que esté desligada
de los imperativos sociales, erigiéndose así como una esfera autónoma, o si
bien, al contrario, como apunta Jameson, el arte puede constituirse como
fenómeno político y crítico para con la sociedad sin la necesidad de evadirse
de las condiciones materiales y económicas que lo hacen posible y lo explican,
sin la necesidad, pues, de redimirse de su carácter de mercancía.
[1] Eagleton, T; La estética como ideología. Pág. 52.
[2] Una idea que a Jameson le gusta
de repetir: «El espectáculo es el capital en tal grado de acumulación que ha
devenido imagen» (Debord, G; La sociedad
del espectáculo).
[3] Cfr. Lipovetsky
y Serroy; La pantalla global.
[4] Cfr. Sibila, P; La intimidad como espectáculo.
[5] Cfr. Benjamin,
W; La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica.
[6] Jameson, F; Marxismo tardío. Adorno y la persistencia de la dialéctica. Pág.
303.
[7] Sus planteamientos
parten del pensamiento de Ernest Mandel y su principal obra El capitalismo tardío.
[8] Jameson
distingue entre 'postmodernidad' y 'postmodernismo': el primer término se
refiere a un período de tiempo concreto y el segundo designa un estilo, una
pauta o tendencia que gobierna la ejecución y composición artística y cultural
de una determinada época.
[10] Jameson,
F; Reflexiones sobre la postmodernidad.
Es de Sánchez Usanos. Pág. 15
[11] Jameson,
F; Reflexiones sobre la postmodernidad.
Págs. 29-30
[12] Bürger,
P; Teoría de la vanguardia. Pág. 104.
[13] Ibídem. Pág. 104.
[14] «Este
es el sentido de la estetización de la política que el fascismo propone. El
comunismo le responde con la politización del arte» (Benjamin, W; La obra del arte en la época de su
reproductibilidad técnica.)
[15] Cfr. Jameson,
F; La estética geopolítica.
[16] Ver el epílogo de: Bejamin, W; La obra de arte en la era de su
reproductibilidad técnica.
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